Nora Iniesta en su taller – Foto Adrián Gilardoni.
La artista plástica de enorme prestigio internacional es una referente de la cultura argentina y sudamericana. Su notable y atractiva obra remite a la patria y a la infancia. O, mejor, a la infancia como la verdadera patria.
En una nueva muestra de su fuerte relación con Uruguay, la artista Nora Iniesta confirmó su próxima exposición en Punta del Este, a realizarse el 5 de febrero de 2020 en la Galería del Paseo, Manantiales.
Sus colores son, sin duda, el celeste y el blanco. En cambio, los materiales con los que plasma su obra son mucho más variados: telas, lana, plásticos, mármol, metal, mosaicos venecianos, rastis, abanicos, muñecos, alfombras, hilos de bordar, yeso, tableros de ajedrez, bandejas. Y jamás le tiembla el pulso a la hora de mezclarlos, mixturarlos y darles un significado nuevo a cada uno de ellos. Su tema favorito es, quien ha visto su obra lo sabe, la patria. Y, dentro de su concepto de patria, un espacio en particular: la infancia. Como un Rainer María Rilke de este siglo, subraya con cada una de sus creaciones la frase del poeta germano austríaco: «La verdadera patria del hombre es la infancia».
Nora Iniesta es una artista plástica argentina de prestigio internacional que ha expuesto, ha aprendido y ha enseñado, ha inaugurado obras y ha sido premiada en muchos países del mundo. Pero luego de cada viaje, por más exótico o halagador que fuese, siempre regresa a su escuela, a los actos escolares, a los próceres retratados en pequeñas figuritas de papel, a la historia de su país y del continente sudamericano, a la bandera, a los delantales blancos. O tal vez, como la boutade del mítico tanguero, nunca está volviendo porque, en verdad, jamás se fue.
Iniesta tiene, además, una entrañable relación con Uruguay y con la ciudad de Punta del Este, donde expondrá sus obras en un futuro cercano. De algún modo, los colores con los que se identifica y con los que trasmite su obra tienen un peso específico también en la otra orilla del Río de la Plata. Y, de algún modo también, la península esteña celebra a diario los distintos tonos de celeste en el cielo y el blanco -más impoluto, más brumoso, según el día- en la espuma del mar.
Y, con la misma simplicidad con que la naturaleza ofrece sus maravillas cotidianas, la artista recrea, a través de materiales comunes, un universo que abarca tanto lo ingenuo como lo inquietante que habita en los primeros años de una vida, en esa infancia revisitada una y otra vez.
O, en palabras del curador Rodrigo Alonso:
«Con asiduidad aparecen la preocupación por las tradiciones nacionales, la infancia y el futuro. En un tono que va de la inquietud al candor, interpela al mundo contemporáneo pregonando una actitud que invita a la reflexión y a la toma de conciencia. En un tiempo plagado de imágenes, discursos y banalidades, la artista opta por un retorno a la simplicidad, por una revisión de los valores, y por recuperar el tiempo necesario para repensar el mundo en que vivimos»
Desde el primer día
Desde muy chica, Nora Iniesta estuvo convencida de su vocación. Antes de su primera clase de dibujo en el colegio lo estuvo. «Nunca tuve dudas. Pintaba planos de color desde antes de saber escribir, lo mío era la pintura», asegura. Como un destino inexorable, para ella el dibujo fue el origen, el bíblico verbo. Y ese origen habitaba un patio del Gran Buenos Aires.
Cuando era muy chica, sus padres porteños decidieron que los tres hijos de la pareja iban a tener una mejor vida alejados del cemento que amenazaba con invadir la ciudad capital argentina. Y, literalmente, se corrieron del centro: el matrimonio compró una casa en Lomas de Zamora, con el objetivo de que la pequeña Nora y sus dos hermanos mayores pudieran disfrutar de una vida más ligada a la naturaleza y el aire libre. “Podíamos correr, esparcirnos de otro modo y llevar una vida más grata para lo que eran otros tiempos, en los que la cuadra era el lugar de juego. Y aunque ahora vivo en San Telmo, siempre tengo presente la idea de que quizás algún día vuelva a vivir en Lomas”, admitió en una entrevista del año pasado con el diario Clarín.
Lo que los padres no sabían y Nora tampoco era que el origen de su vocación se llamaba Virginia Conforti, que iba a ser su vecina y, también, su primera maestra de dibujo. «Ella me esperaba todas las tardes para pintar en su casa, antes de que ingresara al jardín de infantes», recuerda. Tampoco estaba al tanto de que Miguel Governatori iba a ser su primer profesor de dibujo en la Escuela Normal Antonio Mentruyt de Banfield, donde cursó el jardín de infantes y toda la primaria. «A diferencia de otras escuelas provinciales, nosotros teníamos muchas materias de arte como dibujo, manualidades, canto… El único profesor varón que yo tenía era de dibujo, y fue quien me ayudó, me marcó, y me acompañó en lo que fue mi vocación desde muy chica”.
El año pasado Nora, como suele hacerlo a través de su obra, regresó a su infancia -al colegio de su infancia, para ser precisos- donde inauguró «La más linda», un mural de un metro por un metro que muestra a la bandera argentina. «Tengo el mejor recuerdo de los delantales blancos, los actos escolares, de una mamá que se ocupaba de que estuviésemos siempre pulcros, con las trenzas. Siempre sentí admiración por la entrada de la bandera y las fiestas patrias, cosas que después se verían reflejadas en mi obra”, dijo la artista durante la inauguración del mural.
Al finalizar la primaria, comenzó a estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano –actual UNA–, donde adquirió el título de maestra de dibujo luego de tres años de aprendizaje y prácticas de pintura, grabado y escultura. Recién recibida, realizó su primera exposición, y fue nuevamente el partido de Lomas de Zamora el que le dio la oportunidad de concretar ese primer paso. «Fue en el año 68, en la Biblioteca Popular Antonio Mentruyt, y se trató de una muestra colectiva junto con mis compañeros de Bellas Artes del Manuel Belgrano. Mi primera exposición individual fue en el ‘70 en una escuela de Ensenada, y desde ahí nunca dejé de exponer».
Ciudadana del mundo
Luego asistió al Prilidiano Pueyrredón, donde tuvo de maestro a Emilio Renart. El pintor y escultor argentino había regresado hacía poco de París, con el Mayo del 68 todavía ardiendo en su mirada de testigo privilegiado. «Nos daba sus clases en el bar más cercano a la escuela; sus charlas, sus conceptos siguen bien presentes y vigentes. No se olvidan, quedaron bien marcados dentro de mí», aseguró al diario La Nación.
Terminada la Pueyrredón, en 1976 se especializó en técnicas de grabado en la Slade School of Fine Arts, University Collage London, en Inglaterra. Y en 1980 obtuvo el Premio George Braque y fue becada por el gobierno francés con una residencia en Francia por nueve meses. Se quedó tres años. Sin embargo, dos hechos fundacionales ocurrieron en ese 1980, antes de esos tres años de aprendizaje europeo.
Primero, fue elegida para representar a la Argentina en la XI Bienal de Jóvenes a realizarse en el Museo de Arte Moderno de la Ville, París, Francia. Y a raíz de eso, el 13 de septiembre compartió el viaje a París con Antonio Berni, quien la influyó fuertemente con su mirada sobre «la condición argentina».
A partir de entonces, su obra y su prestigio fueron en aumento de manera constante y viaja periódicamente a Estados Unidos, América Latina, Europa y Oriente, siempre en busca de actualizar su saber en los campos de materia artística, diseño, imagen y moda. Desde entonces también expone en muestras individuales y colectivas en Argentina y en el exterior, participando de Bienales y en prestigiosos Premios de Arte.
A su regreso de sus años europeos, creó sus primeros libros de mármol que fueron expuestos en la Galería del Retiro. «Julia Lublin era su directora y Osvaldo Giesso me convocó junto con otros artistas para realizar algún objeto en mármol. Así surgieron». De esos libros de mármol a los libros de papel hubo sólo un paso. «Algunos recopilan, otros documentan; me gusta todo el proceso, su ejecución y que luego, ya editados, hagan su camino. Al decir de un amigo mío, al objeto libro no hay con que darle, no tiene competencia», dice.
La Bienal de La Habana, el Consulado argentino en Nueva York, el Festival de Cine de Venecia, la Bienal de Artes Visuales del Mercosur, el Flag Art Festival de Corea fueron algunos de los lugares donde presentó su obra; así como museos de Venezuela, España, Bolivia, Italia, China, Trinidad & Tobago, Corea, Francia, Perú, Ucrania, República Dominicana, Marruecos, México, Japón tuvieron sus muestras y, en algunos casos, aún detentan sus obras.
En 2010, durante la conmemoración del Bicentenario argentino, se emplazó su obra Bandera Argentina en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, Ministro Pistarini. Bandera Argentina es un símbolo de la unión, por eso la obra fue concebida y está realizada íntegramente con piezas de Rasti, esos pequeños bloques con los que durante décadas jugaron los niños. En esa obra, por supuesto, está toda la mitología Iniesta presente: los colores celeste y blanco, la patria y un elemento propio de la infancia para darle continente y contenido.
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La patria, la infancia
«A lo largo de los años, la obra de Nora Iniesta se ha transformado de manera notoria. Nuevos motivos, nuevas preocupaciones y resoluciones formales aparecen con cada exhibición, sorprendiendo a quienes sólo conocen un período específico de su nutrida carrera.
Sin embargo, existe un compromiso constante en todo lo que la artista emprende. Como las de ayer, sus producciones recientes están dotadas de una pasión y un rigor similares, de una actitud cuidada y serena que apunta directamente a la elocuencia conceptual de los medios y materiales con los que trabaja.
(…) Iniesta profundiza la práctica del collage que la ha acompañado en los últimos años. Pero cada vez con más fuerza, la productividad combinatoria de tal práctica se proyecta hacia el espacio, en una serie de objetos, ensamblajes e instalaciones que juegan con las asociaciones de ideas, los contrastes, los guiños y los contrapuntos.
De estas asociaciones surgen intercambios ricos en materialidades, evocaciones y sentidos. La combinación entre el papel, la madera, la porcelana o la tela, es tan rica como el diálogo abierto entre oriente y occidente, presente y tradición, alta y baja cultura, dureza y fragilidad, perversidad e inocencia. Todos estos elementos construyen el lenguaje particular de la artista, su modo singular de articular forma, expresión y contenido», dice el curador Rodrigo Alonso sobre sus obras más recientes.
Una constante en su vasta obra: utilizar materiales simples, elementos de uso cotidiano para construir una obra que resignifica esos elementos, otorgándoles otro valor, otra densidad, una nueva profundidad. «Mi obra tiene un solo indicativo, y eso es mi infancia. No hay vuelta que darle. Allí radica todo. No sabría decir si tengo un modo de ver argentino; puedo hablar de mi propio modo de ver y percibir el mundo, de lo circundante, nunca muy lejos, eso sí. Esa es mi propia mirada: la del entorno, de lo que se vive y percibe en el día a día», dijo en La Nación en enero de este año.
Hasta el año pasado, fue directora del Museo de Nacional del Grabado de Buenos Aires. También el año pasado editó el tercer volumen de «Buenos Aires en blanco y celeste. Otra geografía». Una obra en la que, a través de fotos de vidrieras, edificios, objetos, mascotas y personajes de los barrios porteños , rinde homenaje a la ciudad que ama. Su último trabajo publicado es un libro para pintar, que se presentó a fin de 2018. Ahora espera poder publicar el cuarto tomo de «Buenos Aires en blanco y celeste».
Vinculada al diseño gráfico, la objetística, la moda y la comunicación, también interviene con sus obras espacios urbanos, comerciales y domésticos. «Este año se cumplen 241 años del nacimiento de don José de San Martín, y los cien del nacimiento de Evita. Con ambas figuras estoy trabajando», aseguraba en enero. La muestra sobre San Martín se presentó en el Instituto Nacional Sanmartiniano. Y el 7 de mayo se inauguró, en el Centro Cultural de la Cooperación, su muestra sobre Eva Perón. Diez días después, el 17, dio una charla en el Museo Evita y donó una obra en la conmemoración de los 100 años del nacimiento de Eva Duarte.
«Cada acción conlleva críticas, o interpretaciones diferentes, pero me molesta un poco cuando me tildan de nacionalista. Lo mío es más ingenuo. Sigue siendo mi infancia: las emociones de un acto escolar, de un delantal almidonado, del ingreso de la bandera, de la música que acompaña. De la pertenencia a un lugar que, repito una y otra vez, es la infancia. Yo sigo, hago. Esa es mi tarea».
Pronto, tal vez, la infancia de Iniesta se haga presente en Punta del Este.