En Punta Ballena, en medio del bosque, el restaurante Ola ofrece típica cocina italiana de excelente calidad, sobre todo las pizzas estilo napolitano. Con aire familiar y horno a leña, el dueño y su familia elaboran, desde hace tres años, las mejores pizzas, pastas, panes y platos tradicionales de la bella Italia.
Claudio Steffenino tenía un sueño. Un sueño que llegó despacio, que se fue armando de otras pasiones y otros anhelos, como suele ocurrir en ciertas ocasiones con algunos sueños. Claudio Steffenino quería abrir un restaurante de estilo familiar, donde la nobleza de la madera sirviera de combustible para el horno de leña y los platos propuestos recordaran las tradiciones gastronómicas italianas. Esa era la conjunción de familia, trabajo y tradiciones que quería plasmar en un sólo lugar. Hace tres años, cumplió con su objetivo y le puso por nombre Ola.
Ubicado en Punta Ballena, en medio de un entrañable bosque, con las mesas ubicadas debajo de los eucaliptus, Ola se presenta como el lugar ideal para degustar pizzas estilo napolitana, carnes, gambas, pastas, verduras, panes, empanadas. Además, como acompañante de aventuras, tiene a su lado un café de especialidades y una galería de arte que lleva por nombre La Caja y que manejan los hermanos de Claudio.
Las partes de un sueño
El vínculo de Steffenino con la gastronomía italiana no es casual: su padre llegó a Punta del Este cuando tenía sólo 10 años y le legó a su hijo el gusto y el amor por amasar pastas, panes y pizzas. «Mi padre es italiano y se afincó en la zona desde muy joven. De mi casa paterna siempre tengo muy presente la cocina: los aromas, los sabores», dice Claudio y cuenta un poco la historia del local que, como suele ocurrir en su caso, es una historia familiar. «Cuando en 1987 mi papá construyó el local, lo primero que puso fue una tienda de quesos artesanales y vinos importados. Era otra época. Era otra Punta Ballena, más pequeña en cantidad de habitantes, más desolada. El proyecto no funcionó, pero sin duda mi padre fue un adelantado. Hoy sería una vinoteca boutique. En esa época la propuesta no tuvo aceptación. Más tarde, mi padre convirtió el negocio en una inmobiliaria», cuenta.
Además de los sabores de su casa paterna, el sueño tuvo otra arista muy distinta que tuvo que ver con la otra profesión de Claudio. «Yo siempre trabajé en la construcción, sobre todo en agro arquitectura. Un verano estaba haciendo unas refacciones en la casa de una chacra cerca de José Ignacio y el propietario y su arquitecto me pidieron que consiguiera a alguien que supiera construir hornos de barro. Era enero, el mes de licencia de la construcción. Pronto me di cuenta de que era más sencillo aprender a hacer un horno de barro que conseguir a alguien durante ese mes para que lo hiciera. Y así construí mi primer horno. Y descubrí que me gustaba mucho hacerlos.
De ahí en más comencé a hacer hornos para amigos y familiares. Para mí, en un horno se da una conjunción entre la parte artesanal de la construcción apuntada hacia la gastronomía y el trabajo del barro con la mano, una propuesta que aúna muchos intereses y pasiones en un solo objetivo. Seguí haciendo hornos y, casi sin darme cuenta, me fui metiendo en el mundo de la pizza y en el estilo de la pizza napolitana», cuenta.
El tercer elemento se dio gracias al paso inexorable del tiempo. Un buen día, el padre de Claudio se jubiló. Y el local quedó vacío. Entonces, junto con sus hermanos, Claudio comenzó a pensar qué hacer con ese lugar. La respuesta iba a llegar escalonada y, si se quiere, lenta. Lenta pero firme y segura.
Tres hermanos
«Cuando empezamos a pensar con mis hermanos qué hacer, nos dimos cuenta de que lo mejor era que cada uno imprimiera en el lugar sus propias características, su propio perfil, su personalidad. Entonces, desarrollamos tres espacios distintos, uno para cada uno. Así nació hace 5 años el espacio de arte, más tarde, hace 4 años, el café La Caja. Y, por último, hace 3 años el restaurante con cocina al horno de barro y con un enfoque especial en la pizza napolitana», rememora Claudio. Hoy, además de estos tres espacios, tienen una tienda de carnes premium y una micro panadería donde se amasan panes artesanales de masa madre.
«Yo seguí investigando, haciendo cursos con pizzaiolos certificados por la Asociación de la Vera Pizza Napolitana, leyendo. Así descubrí que tenía que modificar el horno que había construido. Y lo empecé a hacer por impulso, un día después de salir de un curso con un pizzero que tenía un horno similar a los hornos napolitanos. Ahí entendí que la geometría de la forma del horno era un factor clave para la cocción que yo pretendía. Salí del curso y, sin pasar por mi casa, me fui al local y empecé a reconstruir el horno», cuenta. Su espíritu perfeccionista tuvo sus frutos: las pizzas y la faina se convirtieron de inmediato en un hit de Ola. «Actualmente trabajo una receta muy parecida a la típica pizza de Nápoles. Uso harina italiana y una masa que lleva de 24 a 36 horas de maduración con temperatura controlada. Para las salsas sólo utilizo tomates triturados a mano, aceite oliva y sal», detalla. Así Ola se convirtió en un referente de los sabores italianos en Punta Ballena. Y Claudio, por fin, comenzó a cumplir su sueño construido de sabores de la infancia, barro y un local en medio del bosque.
Cocina honesta
Claudio define de modo claro y sencillo la gastronomía de Ola. «Me gusta pensar que nuestra propuesta gastronómica se puede definir como una cocina honesta. Además de las pizzas y fainas, hoy en día sacamos algunos platos de carne, hechos con cortes de los que vendemos en nuestra tienda de cortes de carne seleccionados de los mejores frigoríficos de Uruguay. En Ola no hay platos sofisticados. Son todas elaboraciones simples. Lo que se ve, es lo que hay. Incluso cocinamos de cara al público», dice.
Esta temporada, influidos por el mismo espíritu de la península europea, Ola ha agregado una interesante propuesta para los mediodías: la carta ofrece todos los elementos necesarios -desde la comida hasta la bebida, pasando por los accesorios- como para realizar un picnic típico de la campiña italiana, que se puede realizar tanto en el jardín del local o puede llevarse para comer en otro sitio. «Lo que siento es que este lugar es una extensión de nuestras casas. Es un restaurante de familia. Por eso, tratamos a nuestros clientes como a un nuevo amigo que llega a nuestro hogar y está invitado a la cena», afirma.
El restaurante Ola se encuentra en Ruta Interbalnearia, kilómetro 119.200 y este es el tercer verano que deleita a sus fanáticos con sus mejores platos que, como aseguran en el restaurante, «siempre vuelven por la pizza y el fainá».