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Vacunación contra el Covid-19:Uruguay, la sana costumbre

Con la llegada de una nueva provisión de Sinovac desde China -un millón de vacunas- y también de dosis de Pfizer, Uruguay ya lleva recibidas más de 3 millones de vacunas. Además, el gobierno dispuso que aquellos que tengan las dos dosis aplicadas pueden ingresar al país sin necesidad de realizar cuarentena. Esto es para los uruguayos o residentes, ya que el ingreso de extranjeros sigue prohibido, salvo excepciones. Pero ¿cómo funciona el sistema de vacunación en el país? Aquí una crónica personalizada, contando sobre cómo es una vacunación en una ciudad del interior. Un detallado paso a paso del periplo previo y posterior a la aplicación de la vacuna.

Entré a la página www.gub.uy/uruguaysevacuna y puse mis datos y mi deseo de vacunarme contra el COVID19. Me dieron dos opciones cercanas a mi domicilio. Un click más y el lugar, día y hora disponible de forma inmediata apareció. Acepté. Y en la bellísima Pan de Azúcar, a unos pocos kilómetros de mi domicilio, apenas 72 horas después de haber entrado como cualquier otro ciudadano a la web por un turno, recibí mi primera dosis de la vacuna contra el coronavirus.A la hora precisa agendada, sin colas y con una amable y profesional atención en los apenas 20 minutos que llevó el proceso desde que entré hasta que salí, me sentí no sólo más segura en mi salud sino, a diferencia de lo que vemos en otros países, respetada como ciudadana. En esta crónica, mi gratitud con Uruguay, sus autoridades y sus profesionales de la salud por lo que sentí: el privilegio de vivir en un país sin privilegios.

Siempre el Cerro Pan de Azúcar como telón de la ciudad de Pan de azúcar.

Haberme vacunado contra el Covid-19 en la ciudad de Pan de Azúcar, en Uruguay, ha sido más que el acto de responsabilidad que los sanitaristas de todo el mundo nos recomiendan frente a la pandemia, no sólo para proteger nuestra salud sino también la de los demás.

Ha sido una experiencia profunda y enriquecedora. No sólo por la importancia innegable de sentirme más tranquila frente a la pandemia. Sino también por el trato y la buena predisposición con que me atendió el personal de salud a cargo del lugar. Y, principalmente, por sentirme vecina de un país donde la igualdad ante la ley no es una mera declamación sino una sana costumbre que cuidan honrar gobiernos y ciudadanos por igual.

Ver: Medidas contra el Covid-19 Hisopados gratuitos y unidades móviles

El centro de salud Dr. Héctor Fontes donde se lleva a cabo cada día la vacunación.

Lo que viví, según pude saber, se replica en todos los vacunatorios del país. Cuando miro por televisión los desastres sanitarios que ocurren en otros países de Sudamérica, confirmo una vez más la bendición que significó en mi vida haber elegido hace ya muchos años instalarme con mi familia a vivir una vida más plena y natural en Maldonado.

Me apliqué la primera de las dosis de la vacuna contra el coronavirus en el Hospital público de Pan de Azúcar. Me pareció bien darme la vacuna china, la CoronaVac, del laboratorio Sinovac por diferentes motivos. En primer lugar, según pude saber, este laboratorio fue el que desarrolló las vacunas para las hepatitis A y B, para la gripe porcina y para la gripe aviar. Por otro lado, la medicina china tiene 5.000 años de experiencia, trabajando con elementos naturales, no sintéticos. Es cierto que, según los estudios, es la que ofrece la más baja protección -apenas por encima del 50 por ciento, el mínimo permitido por la OMS- pero también es verdad que esta vacuna trabaja con el virus y no con elementos sintetizados como las demás. Por eso, genera anticuerpos.

El equipo de vacunadoras Marta Cardozo, Virginia de los Santos, Gabriela Seippa, y Paulina Pimienta, comienzan desde muy temprano su tarea en el centro de atención Pan de Azúcar Dr. Héctor Fontes.

Pero más allá de este debate -para el que no sé si manejo la suficiente información- quiero contar mi experiencia porque, de algún modo, excede la aplicación de la vacuna. Acá va:
Cuando se habilitó la franja etaria entre los 55 y 59 años, saqué turno por internet y lo conseguí a los pocos intentos. A la hora de decidir el lugar, tenía dos opciones: Maldonado, en el Campus Municipal, o Pan de Azúcar, a 25 minutos de Punta Ballena. Opté por la ciudad ubicada a los pies del cerro el segundo más alto del territorio uruguayo.

El turno era para las 9.30 de la mañana. Llegué un rato antes, por las dudas. A las 9.20 ya estaba en el hospital de Pan de Azúcar, una mujer policía estaba atenta en la entrada con una lista de los inscriptos. A las 9.40 me había vacunado y estaba en el auto recorriendo esta hermosísima ciudad de Maldonado.

Cada uno de los inscriptos en la aplicación Covid 19 son llamados por su turno a la entrada por la policía Melany de los Santos.


Después de ver en los noticieros el desastre que se produce por faltas de vacunas en el mundo lo que viví en Pan de Azúcar fue un alivio para el alma.

Un estricto control realiza Javier Nuñez quien se encarga de medir la fiebre de cada persona que llega a vacunarse .

Por eso, la buena predisposición del personal de la salud en el Hospital de Pan de Azúcar, su atención esmerada, me reconfortó. Al describir mi experiencia, su calidad humana y profesional, siento que también expreso el reconocimiento que todo el pueblo siente para con todos esos verdaderos titanes (médicos, enfermeros, administrativos de la salud pública) que en protección nuestra han puesto sus propias vidas en riesgo a lo largo de la pandemia.

Lugar de espera posterior a la vacunación, son obligatorios 15 minutos de reposo.

Anécdota al paso (pero no menor, para quienes tenemos terror a las jeringas): también me reconfortó, debo decirlo, que la aguja no fuese tan enorme como se suele ver por televisión. Antes de llegar pensaba en eso. En el tamaño de la aguja: temía que fuese enorme, de un largo capaz de traspasarme el brazo. Por suerte, nada que ver. Es una aguja pequeña, no se siente ningún tipo de dolor y, al menos en Pan de Azúcar, el servicio es expeditivo y muy confiable.

Según la información de estos días, Uruguay ya se encuentra sexto en el ranking de países que más vacunas aplican por día. La vacunación acá comenzó, de forma masiva, el lunes 8 de marzo. Antes, habían recibido sus dosis las personas consideradas personal esencial: educadores, militares, policías y bomberos. A todas estas personas se les aplicó la CoronaVac y, al personal de la salud, la del laboratorio estadounidense Pfizer.

El plan de vacunación, según anuncian diferentes medios, buscará aplicar 30.000 dosis diarias. Es bueno recordar que el primer caso de Covid-19 que se conoció en Uruguay es del 13 de marzo de 2020. Quiero decir, a un año del primer caso ya se está inmunizando a la población. Tiempo récord. Y para lograr esa meta de la aplicación de 30 mil dosis diarias, el lunes 8 se abrieron 90 vacunatorios en todo el país. Se ha informado que durante las próximas semanas, entre lo que queda de marzo y el 26 de abril, Pfizer va a estar entregando de forma escalonada las primeras 460.000 dosis. El presidente Lacalle Pou afirmó además que Uruguay adquirió 3.8 millones de dosis entre los laboratorios Pfizer y Sinovac y reservó otro millón y medio de vacunas de AstraZeneca a través de la plataforma Covax, creada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Tenemos que tener en cuenta que la población total del país es de 3.4 millones de habitantes.

Como se sabe, en Uruguay la vacunación no es obligatoria. Cada persona tiene el derecho de decidir qué hacer, pero en mi caso coincido con las autoridades y expertos que nos recuerdan que es también un acto solidario. Y en el caso de nuestro país, considero es parte de esa conciencia colectiva que nos diferenció en el mundo por la forma madura y responsable para sobrellevar la pandemia sin necesidad de establecer una cuarentena estricta.

Pero fuera de estos datos duros, quisiera volver a la increíble experiencia que viví en Pan de Azúcar. Ya dije que en menos de 20 minutos me había vacunado, sumando los 15 minutos obligatorios de reposo después de la aplicación y de todo el protocolo de entrada que significo medición de fiebre y control de documento.

Lo que no conté es lo hermosa que es la ciudad.

Ver: Tiempos de pandemia – Crónica de un viaje de Buenos Aires a Punta del Este

Las calles parecen chocar con la mole granítica.

Pan de Azúcar, como su nombre lo indica, es dulce. De andar manso para ser una ciudad, tiene esa atmósfera de pueblo donde el tiempo pasa más lento, donde la vida se disfruta más y mejor. Las calles impecables, las fachadas antiguas cuidadas con esmero, las plazas y la naturaleza como tarjeta de presentación y siempre el cerro en el fondo, como parte esencial de su escenografía.

En sus calles se respira bienestar. Y se pueden admirar en casi todas las cuadras hermosos murales pintados por artistas plásticos rioplatenses: trabajos de Tabaré, Roberto Fontanarrosa, Hermenegildo Sábat, Miguel Rep, Carlos Páez Vilaró y muchos otros pueden encontrarse en cualquier muro, fachada o recoveco del centro de la ciudad.

Recomiendo a quienes no lo han hecho, realizar un paseo por las calles cercanas a la plaza principal descubriendo los distintos y coloridos murales. Charlando con la gente supe que cada uno de los murales son restaurados y mantenidos con el concurso de donaciones privadas, que se encuentran así también por el cuidado y respeto por lo público de parte de cada uno de sus vecinos. Pero que nada de eso sería posible si no fuera por la visión y el denodado esfuerzo diario de vecinos y alcalde como, Alejandro Echavarría, un incansable emprendedor, al frente de la Pan de Azúcar en el gobierno de Enrique Antía, intendente del departamento de Maldonado.

La gente está muy atenta además a lo que ocurra en los próximos meses con la apertura en la ciudad de un importante complejo industrial automotriz, inversión realizada por el reconocido empresario Manuel Antelo. En general, todos creen que esta nueva actividad motorizará la economía de Pan de Azúcar, algo que redundará en beneficio de sus habitantes, gente profundamente amable y que, de algún modo, forma parte fundamental de la postal que deja en la memoria una visita a la ciudad. Incluso, cuando la visita no ha sido turística sino por motivos de salud (como en mi caso, la vacunación contra el Covid-19), una se va con deseos de volver, no sólo para recorrer nuevamente su belleza natural y su patrimonio cultural, sino principalmente para compartir más ratos con la propia gente, que del primer al último minuto, me hicieron sentir bienvenida.

Como dije al principio, me siento una privilegiada en el mejor sentido de la palabra. Vivo en un país donde la ley está escrita para todos por igual, que respeta nuestro derecho a la salud sin vulnerar nuestras libertades, y que cuenta con escenarios de enorme belleza natural y, sobre todo, humana.

Quise contar esta experiencia que no sólo supuso la vacuna contra el coronavirus sino también una hermosísima visita a Pan de Azúcar. Por supuesto, ya tengo turno para la segunda aplicación, el 8 de abril. Ni bien me confirmaron la primera aplicación, ya tuve el turno para la segunda. Quiero volver a mencionar la atención y el trato porque fueron impecables. Algo que, ya me dijeron muchos otros uruguayos, se replica en los demás vacunatorios del país, donde la distancia social y los protocolos sanitarios se cumplen a rajatabla. Su función es cuidar a la población y, efectivamente, la cuidan.

Es posible que a medida que más gente pierda el temor a vacunarse, la demanda aumente y pueda producirse algún cuello de botella. No dudo que el profesionalismo y el respeto al ser humano serán también la norma que guiará a autoridades y centros médicos para atender ese mayor reclamo. La cantidad de vacunas por llegar parece suficiente para que la población toda esté vacunada y podamos avanzar pronto, como todos deseamos, a una nueva normalidad. Desearía, por el bien de sus poblaciones, pero también el nuestro, que lo mismo ocurra en todos nuestros países vecinos, con quienes tan permanente y rico intercambio tenemos.

En verdad, espero que pronto el mundo entero logre superar este flagelo o al menos que podamos convivir con la enfermedad sin riesgos y sin muertes. Entonces sería necesario crear ese emoji de la sensación de sano privilegio, no el de las ventajas a unos en perjuicio de los demás, sino el de sentir que vivimos en un país que cuida nuestra salud y que nos respeta todos por igual. El privilegio de poder vivir y de poder vivir en un lugar así. Porque no hay mayor privilegio que la vida.