Algunos accidentes terminan siendo
afortunados. El 14 de diciembre de 1864 un incendio devastó una nave de guerra inglesa, frente al puerto de Montevideo.
En ese navío viajaba, como parte de la tripulación, Enrique Guillermo Burnett. El inglés naviero se olvidará de los mares para instalarse en Maldonado y formar allí una numerosa familia. Y si bien Burnett dejó de lado los puertos del mundo, no abandonará la aventura.
Porque este recién llegado será el responsable de salvar la ciudad del avance constante de los médanos, improductivos y despreciados en esa época, que invadían permanentemente la ciudad traídos por los vientos océanicos. Sin embargo, este es el final de la historia.
El comienzo ocurre en Inglaterra, más precisamente en Salisbury, donde Burnett nació en 1845. A los 19 años, el joven se recluta como asistente del comandante del buque de guerra Bombay, nave asignada al Atlántico Sur.
El incendio del Bombay supuso muertos, una investigación y un juicio en Inglaterra donde se acusaba a los sobrevivientes. Finalmente, el proceso determinó que no existía culpa de la tripulación. Así y todo, Burnett no se quedó en su tierra natal.
Aquí en el Sur había hecho algunas promesas y estaba dispuesto a honrarlas. Por eso regresó a Maldonado para encontrarse con Carmen Rodríguez, con quien se casó y formó su familia.
El trabajo no fue un problema: fue contratado como agente de la compañía aseguradora inglesa Lloyd ́s, que velaba por las embarcaciones británicas que llegaban a estas tierras. En esos tiempos, los naufragios eran una constante.
Para prevenir este tipo de infortunios, en su casa ubicada en el borde sur de Maldonado, en aquella época enfrente de la costa, colocó un mástil de 35 metros de altura con banderas de señalización náutica para comunicarse con los barcos. Desde la casa, que actualmente es el Museo de Arte Americano, se divisaba gran parte de la faja marítima.
Se veía la playa Brava, la península de Punta del Este, la Isla Gorriti, la Isla de Lobos, la plenitud de la bahía de Maldonado hasta Punta Ballena. Sin embargo, había algo que no estaba en aquel paisaje inhóspito: los pinos. No había por entonces árboles que se interpusieran entre la ciudad y la costa.
No había quien frenara el viento y la arena. Entonces, el afán por salvar los desastres, lo llevó a idear un sistema de defensa.
Y, con persistente esfuerzo, construyó una barrera forestal. Sus plantaciones comenzaron en 1890, luego de que adquiriera un pequeño almácigo de unos quinientos pinos marítimos. Durante mucho tiempo, el viento y la arena fueron implacables y terminaron con sus incipientes pinos.
Pero Burnett fue más persistente y consiguió que los primeros pinos sobrevivientes protegieran a los nuevos que el inglés iba plantando. Poco a poco, el árido terreno se fue convirtiendo en un extenso bosque que fue multiplicando su superficie en hectáreas y cambiando lo agreste del paisaje original.
Hoy la persistencia de Burnett se observa en medio de una jerarquizada urbanización residencial en el barrio de Las Delicias, denominado así por los baños de mar que allí se disfrutaban. Burnett murió en Maldonado, en 1927, a los 82 años. Pero su legado sigue presente.
Lo mismo que el recuerdo de la batalla que el inglés naviero sostuvo contra el viento y la arena junto a otros como Antonio Lussich y Alonso Pérez.