Durante el año 2016, tras los enérgicos vendavales que repetidamente azotaron Punta del Este, la Bahía de Maldonado y gran parte de la costa atlántica a lo largo del extremo Sur continental argentino, numerosos artefactos de cultura material, fueron depositados sobre la costa desde las profundidades del mar, o desenterrados de entre sus arenas en las playas.
Raudamente, algunos de los artefactos fueron hallados por entusiastas detecto aficionados, durante sus recorridos de las playas en Punta del Este.
Aprovechando el cambio de estado causado al ambiente, tras cada una de las referidas tormentas, objetos de la vida cotidiana, de diversas épocas y orígenes, enteros o fragmentados, fueron retirados del lugar sin guardar el menor registro y hubieran acabado (de no mediar mi intromisión), por volver a desaparecer dentro de algún cajón, donde por tal motivo, continuarían “eternamente mudos”.
Así es como su tradición intrínseca suele perderse irreparablemente para el resto de nosotros, borrando las huellas de nuestro pasado histórico.
De esta forma, son como “páginas arrancadas de un libro”, usualmente de escaso valor individual cuya historia, consecuentemente, resultaría silenciada.
Aquí es donde entro en escena pues, por medio de mi insistente y persuasiva prédica, he conseguido concientizar a muchas de estas personas. Actualmente, algunos de ellos acuden a mi reconocida pericia y habilidad para “hacer hablar los objetos”, reportándome varios de sus hallazgos con el fin de intentar su tipificación.
De este modo se procura averiguar de buena tinta su antigüedad. ¿Cuál es la designación del artefacto? ¿Cuál fue su función y servicio? ¿Cuál su singularidad? ¿Cuál su origen? ¿Cómo y por qué acabó tal vestigio en ese sitio determinado?
Recientemente, con la proliferación del uso del WhatsApp, se ha generalizado la práctica de transmitir “in situ”, fotografías de objetos descubiertos.
Imágenes faltas de calidad, mal iluminadas, usualmente fuera de foco e invariablemente sin una útil escala métrica comparativa, hacen que la tarea se parezca más a una adivinación, que a una labor sensata.
Recibo semanalmente un promedio de media docena de consultas tendientes a procurar la identificación de piezas obtenidas mediante esta metodología. (No solo de artefactos procedentes de Punta del Este, ya que recibo consultas de lugares tan alejados como los EE.UU. y varios países de Europa).
Cada cosa descubierta llegó hasta el sitio y posición donde se le encontró por una razón determinada. Revelar esa razón es un desafío apasionante que frecuentemente concluye por darnos una nueva perspectiva de la historia escrita. Para alcanzar resultados fidedignos, es imperioso estar facultados para interpretar los mensajes ocultos no solo en los artefactos propiamente dichos, sino también en relación a su contexto y período, absteniéndose ante el impulso de realizar conjeturas y valoraciones infundadas.
Dos artefactos arqueológicos, hallados en la playa y reproducidos en este artículo, insinúan la participación de balleneros. Su cronología concuerda nada menos que con el viaje del ballenero Essex, que inspiró la épica novela Moby-Dick, obra que ubicó a su autor entre los mejores escritores estadounidenses.
Conozcamos, entonces, la historia que dichas piezas tienen para relatarnos.
Su existencia está vinculada cronológica y geográficamente al momento de mayor explotación de la caza de ballenas en procura de su valioso aceite.
Se trata de una moneda de un centavo norteamericana con su fecha 1819 claramente legible y de un botón plano de una sola pieza, fabricado en Londres y destinado al uso general de las milicias de Massachusetts hacia 1820.
Ya, en la página 47 de mi libro: “Reuniendo un tesoro español, pieza por pieza”, menciono la asombrosa historia de una rara pieza de plata proveniente de Great Point, Massachusetts y encontrada en 1995 en estas mismas playas. Haciendo de aquel caso el primer antecedente inesperadamente confirmado con esta misma procedencia.
Al principio la caza de ballenas se restringió a la costa Este de los EE.UU. La vertiginosa declinación en el número de ballenas llevó a los balleneros norteamericanos, líderes indiscutidos de esta industria, a ir en su búsqueda hacia el Atlántico Norte y Sur.
Para el 1800, la caza de ballenas se había extendido a casi todos los mares y océanos del mundo. Los principales centros balleneros eran Nantucket y New Bedford, ambos, en el Estado norteamericano de Massachusetts.
El momento cumbre de los balleneros americanos fue en las décadas de 1820 a 1850, con unas 10.000 ballenas cazadas por año, más de 2.700 buques operativos y unas 70.000 personas trabajando en este rubro. Los elementos empleados, es decir, el bote ballenero y el arpón eran asiduamente usados. El recorrido que hacían estos botes una vez arponeada la ballena era conocido con el nombre de: “El paseo de trineo de Nantucket”.
Resulta de importancia precisar que para 1819-1820, la flota ballenera de Nantucket contaba con entre 70 y 80 naves, de las cuales entre 30 y 40 operaban en el Pacífico en el mismo momento que el Essex. Otras tantas naves operaban simultáneamente en el Pacífico pero provenientes de New Bedford y una docena de otros puertos norteamericanos.
Todas ellas debían indefectible navegar nuestras aguas en sus periplos de ida y vuelta.
Durante los largos viajes (hasta cinco años) que hacían estos buques, los tripulantes pasaban su tiempo libre haciendo objetos para sus familias o para vender a su regreso. Utilizaban como materia prima los dientes y barbas de las ballenas. Agujas de tejer, sombrillas, entre otros, eran muy frecuentes de encontrar. También preparaban “ballenitas”, las que se insertaban en el cuello de las camisas para evitar que estos se plegaran. Con barbas de ballena se manufacturaban asimismo otro tipo de ballenitas utilizadas de manera similar, pero destinadas a los corsés, artilugios utilizados por las damas de la época para ceñir sus cinturas.
Marinos más inspirados grabaron interesantes dibujos al marfil de los dientes de cachalotes y morsas. Este arte se conoce con el nombre de “scrimshaw” y fueron tripulantes de balleneros norteamericanos quienes produjeron las bellísimas tallas hoy atesoradas por coleccionistas privados y museos.
La declinación del negocio ballenero comenzó con la Fiebre del Oro en California en 1849 y la Guerra Civil entre 1861 y 1865.
Las tripulaciones desertaban de los buques para ir a California y la guerra civil causó el hundimiento de los buques balleneros (cuyos propietarios eran generalmente norteños, por lo que los sureños atacaban todos los barcos balleneros). Luego de la guerra civil, productos derivados del petróleo, recién descubierto, comenzaron a reemplazar al aceite de ballena y al spermaceti en velas, lámparas y jabones.
El Charles Morgan es el único buque ballenero norteamericano sobreviviente, y se lo mantiene como Buque Museo, en Mystic Seaport, Connecticut.
Es sabido que el escritor Herman Melville se inspiró para su obra Moby- Dick, en los acontecimientos verídicos protagonizados por el barco ballenero Essex, de Nantucket, cuando fue atacado por un cachalote (Phyceter macrocephalus) en 1820. El Essex, con sus 21 tripulantes, de 27 metros de eslora y 238 toneladas de desplazamiento, habría navegado nuestras aguas, en octubre de 1819, poco antes de su fatídico encuentro con la bestia albina de casi 30 metros de longitud.
Tras ser hundidos por el cetáceo, los tripulantes quedaron a la deriva en el océano Pacífico hasta llegar a la isla Henderson, rebautizada con este nombre también en 1819.
Noventa y cinco días después, fueron rescatados y desembarcados en Valparaíso, Chile. Su capitán, George Pollard Jr., de 28 años de edad y Owen Chase, dos de los ocho sobrevivientes, relataron los hechos reales que inspirarían la épica novela.
En su derrotero hacia el Pacífico, numerosos balleneros norteamericanos fondearon en la Bahía de Maldonado, dado que éste constituía el último puerto natural, convincente y habitado antes de enfrentar la temeraria navegación del Cabo de Hornos. Allí se habría reabastecido de agua dulce y dispuesto las prevenciones necesarias para la inclemente singladura.
La moneda aquí reproducida (Fig. 1), fue hallada en las coordenadas S 34° 57´, W 54° 58´, Isla Gorriti, el botón, (Fig. 2), a unos 6.400 metros de distancia, S 34° 54´, W 55° 00´, donde hoy se encuentra el complejo habitacional Vera Mansa (contiguo a las Piedras del Chileno). Posiblemente hacia ambos sitios se habrían dirigido los marinos en busca de leña, indispensable a bordo de los balleneros donde se la consumía en grandes cantidades para mantener encendidos los fogones necesarios para fundir grasa de ballena y así obtener su aceite.
Refuerza esta presunción el hecho de que, en aquellos días, fuera de los sitios mencionados, el paisaje del lugar se componía mayormente de arenales y dunas despojadas de vegetación.
Casi doscientos años atrás, la tripulación de un buque ballenero se dirigió al fin del mundo dejando atrás sus hogares con esperanza. Pero tras el histórico encuentro que inspiró Moby-Dick, la confianza dio lugar a la duda y la esperanza a la superstición.
Tras evitar la desaparición de estas piezas, mi interés se enfocó tanto en la adecuada intervención de limpieza y conservación, como en el registro científico de las mismas, así como la interpretación del contexto y relación entre ambos hallazgos. Estos se concretaron por personas distintas y con una amplia disociación de tiempo y espacio entre sí. También la obtención de un fiel catálogo fotográfico en alta definición y la redacción del presente informe.
Además, se produjeron 20 réplicas fidedignas de las piezas, las cuales solo difieren de sus originales por haber sido elaboradas en plata. Estas se obtuvieron con el método conocido como “a la cera perdida” por lo que las réplicas resultantes son también de un tamaño 5 por ciento menor respectivamente. Distribuí dichas réplicas entre las diferentes instituciones y museos consagrados al tópico, con la intención de informar y promover la difusión de la historia que expresan estos artefactos, lo cual constituye aún una meta de gran valor educativo cuya jornada, apenas inicia en estas líneas. Sobra con decir que la información reunida en el presente trabajo, “navegó” de regreso hacia Nantucket, donde finalmente encontró su puerto y destino, en los archivos del Nantucket Whaling Museum, administrado por The Nantucket Historical Association, ya que este cúmulo de información resulta, para ellos, de especial trascendencia.
El autor frente al acceso del museo de los balleneros en la isla de Nantucket, Massachusetts, el 12 de octubre de 2017, en ocasión de formalizar la donación de las réplicas efectuadas a partir de las piezas arqueológicas halladas en Punta del Este, Maldonado, R.O. del Uruguay.
Hoy, los artefactos originales, tanto la moneda, como el botón, pueden admirarse y forman parte del rico acervo museístico de nuestro recién reacondicionado Museo Regional de Maldonado; R. Francisco Mazzoni, ubicado en la calle Ituzaingó 789 de la ciudad de San Fernando de Maldonado, ya que sus felices descubridores, siguiendo mis recomendaciones han tenido a bien donar.
La evidencia material hallada nos habla de las vicisitudes de la vida cotidiana de estos marinos. Manipular esta evidencia adecuadamente logra que el pasado cobre vida, ya se trate de un único botón, una simple moneda de cobre o de restos de un buque completo, como el que actualmente estudian los arqueólogos miembros del PROAS frente al barrio Sur de Puerto Madryn, en la playa conocida como la Curva del Indio. Estos trabajan sobre los restos de un pecio que también resultó ser un buque ballenero. Así lo sugieren un par de enormes calderos de hierro descubiertos entre otros despojos. Dentro de estos calderos se introducía la carne trozada de ballena para obtener el redituable aceite.
Fig.1 Large Cent Coronet
Fecha – Date: 1819.
Modulo – Size: 29 millimeters.
Peso – Weight: 10, 40 grams.
Metal – Composition: 100% copper.
Cantidad acuñada – Mintage: 2.671.000.
Diseñador – Designer: Robert Scot.
Las trece estrellas que rodean la cabeza de la Libertad representan los trece estados originales del país para aquella fecha (actualmente son cincuenta estados). La pieza (profesionalmente conservada), presenta tres golpes practicados con intención desconocida por el lado de su valor facial. Estos, además de dejar sus respectivas estampas, deformaron la moneda sin grandes consecuencias para su morfología. Deduzco que la moneda habría sido utilizada como recurso para optimizar el efecto de estos golpes, los que probablemente buscaron cortar, con un cuchillo, algún objeto afirmado sobre la moneda. Esta práctica fue habitual sobre monedas desde tiempos históricos hasta nuestros días. Hallada por el Sr. Alejandro Pereira en Isla Gorriti.
Fig. 2 Este botón (profesionalmente conservado), representa un significativo aporte a la propia historia del Estado de Massachusetts, dado que las marcas del fabricante que encontramos en su reverso, subtipo (a), constituyen aparentemente el único original físico registrado y documentado. La ausencia de su anilla de sujeción revela el motivo de su extravío. Hallada por el Sr. Horacio Pereira en Piedras del Chileno.
Mariano Salvador Miguel Lovardo.
Escritor e investigador de temas históricos.