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Turismo y Opinión

Una mirada diferente

 

La ciudad es otra desde las alturas, parece parte de un mundo al que no podemos acceder. Sin embargo, ahí debajo, está todo lo que amamos de Punta del Este: una ciudad en constante movimiento, que pronto será otra, que crece, que se extiende y respira, que nos ofrece siempre su mejor paisaje.

 

Desde el aire, Punta Ballena enseña aquello que a simple vista es imposible observar: casas maravillosas escondidas a los ojos del visitante, paisajes secretos como jardines internos, pequeñas maravillas silenciosas de una zona de la península que está en constante transformación. Diez kilómetros al oeste de la península, la naturaleza esculpió este lomo gigantesco de ballena y nos ofreció un mirador natural. Un paisaje desde donde observar y que, al mismo tiempo, merece ser admirado.

Una de las zonas que más se transformó a partir de 2011. La Mansa comenzó a cambiar a ritmo parejo en busca de la nueva Punta del Este. Desde el nuevo muelle que recibe cruceros en la parada 4 hasta los extraordinarios edificios que se erigen a la altura de la parada 16, La Mansa se está convirtiendo en un sitio de enorme desarrollo inmobiliario, sin descuidar el entorno ni la maravillosa estructura de su paisaje

Desde el emblemático faro a los edificios que parecen brotar del suelo, la punta de Punta es siempre un lugar donde detenerse. Allí descansan la entrañable Gorlero con sus infatigables caminantes y sus bares clásicos, los restaurantes del puerto, los yates que entran y salen de la marina, los desayunos entre amigos, el diario leído frente a un café, los negocios con su colorido de siempre. Ese centro de la ciudad nunca pasa de moda y, aunque se viva en José Ignacio, en algún momento de la temporada merece ser visitado.

A la violencia de sus olas, a las inolvidables playas, ahora se le deben sumar sus nuevos edificios, esos grandes emprendimientos que visten con nuevo ropaje a la playa Brava. Con sus playas surfers y adolescentes, la Brava siempre se caracterizó por su capacidad motora, su constante movimiento, sus modas que año a año marcan las tendencias de la temporada. Desde la invitación que supone la escultura de la mano que surge en la parada 1 a los distintos paradores, desde los nuevos edificios que la pueblan ofreciendo espectaculares vistas a las mejores salidas de sol hasta las playas solitarias y casi vírgenes que apuestan al silencio, la tranquilidad y la paz absoluta. Eso es La Brava, un gran espacio que vive intensamente, de extremo a extremo. Eso y la elegancia de los barrios residenciales, bajo un extenso y frondoso bosque de pinos. Allí, la elegancia y el glamour conviven. Una zona inigualable en buen gusto, buen comer y buen vivir.

Los Dedos, obra del artista chileno Mario Irrazabal Covaras en La Brava en parada 1, es un ícono de Punta del Este. En un recorrido sobre la Playa Brava se observa como la construcción fue evolucionando con magníficos edificios.

Fue el balneario de los carolinos y zona de pescadores hasta que a mediados de los años 60 el primer puente ondulante cambió para siempre su paisaje. La Barra fue convirtiéndose poco a poco en zona de residencias espectaculares y chacras que terminaban en las orillas del arroyo Maldonado. Poco a poco también se fue convirtiendo en el sitio preferido para los que quieren pasar una noche larga y divertida: restaurantes, bares, pubs y discos estuvieron allí reunidos hasta fines de la década del 90. El nuevo siglo y el crecimiento sin techo de José Ignacio trajo cierta calma, un puente ondulado más -que aligeró el tránsito- y un estilo de vida más tranquilo. Así y todo, La Barra sigue en pleno cambio, siempre mostrando una nueva cara, siempre evolucionando. La paz se instala en las orillas del arroyo, donde las grandes casas descansan de las noches agitadas.