Largas filas, la sensación -por momentos- de estar en medio de una película de ciencia ficción, las pequeñas historias que se entretejen mientras se espera para llegar a destino. Estas son algunas de las impresiones propias de estos tiempos de pandemia, en la travesía entre Buenos Aires y Punta del Este por Buquebus. La buena predisposición del personal de la empresa y la impecable logística que desarrollan son un alivio frente a un viaje que se torna agotador. Pero que, ya finalizado, es una suerte haber hecho.
Hay quienes aseguran que todos los viajes contienen un costado literario. Que viajar es adentrarse en una novela o en un cuento. Y viceversa: que un cuento o una novela forman o pueden transformarse en un viaje.
En estos tiempos de pandemia y coronavirus, eso no cambia. Lo que cambia es el género: hoy los viajes son parte de una narrativa cercana a la ciencia ficción, al suspense, al monólogo interior.
Es cierto que en las ciudades la pandemia se percibe: está presente en la distancia social, en los barbijos, en las filas para entrar a un local, en los termómetros con los que nos toman la temperatura al entrar a un negocio o a un supermercado. Está presente en los canales de televisión, en las radios, en los medios gráficos. Las noticias hablan de infectados y de muertos. De la segunda ola de contagios que vive Europa y que, posiblemente, llegue en pocas semanas a Sudamérica. Pero, de algún modo, si no tenemos cerca a una persona afectada por el virus, la pandemia se vive un poco en modo espectador y no en modo actor de la trama. Hasta que se presenta un viaje. Hasta el momento en que hay que viajar desde Buenos Aires a Punta del Este. En ese momento, todo, absolutamente todo, cambia.
Esta es la crónica de un viaje que, en otros tiempos, era simplemente un trámite. Pero que en esta «nueva normalidad» se vuelve otra cosa. Y esa otra cosa tiene distintos ribetes: algunos cercanos a la ciencia ficción, otros al suspenso, los hay también graciosos y un poco tontos y, por supuesto, aparecen los instantes de desconcierto.
Buenos Aires-Punta del Este viajando por la querida y entrañable empresa Buquebus. Comienza la historia.
El último de la fila
En estos tiempos de pandemia, salir no es salir. Hoy salir es adentrarse, entrar en contacto con los demás, meterse de lleno en la tensión que establece la calle. Así se salga en auto. Porque es en auto que vamos a abordar el barco que nos lleva desde Buenos Aires hasta Montevideo.
En estos tiempos de pandemia los viajes en Buquebus son los lunes, los jueves y los viernes. Hay que estar entre las 12.30 y las 14.30 en la terminal porque al viajante lo esperan varias filas.
Sólo llegar es ingresar en una película de ciencia ficción: todo el personal de la empresa vestido de blanco, con trajes especiales, extremadamente bien organizados, cuidando cada uno de los protocolos. Se puede estar muy al tanto de los estragos de la pandemia en todo el mundo, se puede ser un ferviente consumidor de los canales de noticias; se puede incluso ser un fanático de cierto cine catástrofe-bacteriológico.
Pero, lo dicho, es muy distinto ser espectador que ser actor de la trama. La sensación cambia la perspectiva, nos involucra de una manera física que ninguna pantalla puede brindarnos.
Antes de comenzar a hacer la primera de las filas, incluso antes de comprar el pasaje que nos lleve a Punta del Este, hay que tener en cuenta algo muy importante: sólo pueden viajar aquellas personas que tengan residencia en Uruguay, quienes estén habilitados por permisos especiales -reunificación familiar, trabajo, entre otros- y, por supuesto, los nacidos en Uruguay. Ahora sí, las filas nos esperan.
La primera de las filas se hace en el exterior de la terminal, hay que completar una serie de formularios: uno médico, otro de migraciones, un tercero que es una declaración jurada y, por último, uno para el análisis de Covid-19. El hisopado forma parte del trámite previo a ingresar al barco -y su valor está incluido en el pasaje-, a menos que el pasajero se hubiese realizado un análisis de Covid-19 en los días previos, siempre dentro de las 72 horas antes al viaje.
Pero todavía no llegamos a ese momento aunque es bueno decirlo desde ahora: mucho mejor si se realiza los días previos a viajar porque la espera del resultado en medio de una película de ciencia ficción es una variación angustiante de la trama.
Pasada la primera de las filas, toman la fiebre. Y se llega a la segunda de las filas donde se entregan los datos y se debe realizar un registro de viaje. Antes de tomar la fiebre piden que la gente que lleva tapa cara se lo quite porque, aseguran, que por el calor propio del cuerpo con el tapa cara el termómetro, al tomar la fiebre, puede indicar alta temperatura.
En la tercera fila, cruzan los datos, se imprime el pasaje, se hace el check in y los espera una nueva fila, la cuarta.
El camino hacia Punta del Este es lento como una película de Andréi Tarkovsky.
Nostalgia en la espera
Las tantas filas, la paciencia llevada al extremo, el silencio general, invitan a los recuerdos. Y la memoria conduce de inmediato a otros tiempos, a otros barcos, al primer Buquebus que subimos, hace ya más de 30 años.
El barco era el Nicolás Mihanovich (que llevaba ese nombre en honor al empresario austrohúngaro que lideró el mercado naviero del Río de la Plata entre 1880 y 1920), todo de madera, con camarotes. Los autos se bajaban con redes y grúas y el tiempo de viaje era otro, como también eran otros los tiempos de Punta del Este.
La península de los años 80 no tenía semáforos en invierno y los edificios eran muy pocos. Las casas seguían teniendo sus techos con típicas tejas rojas y, para llegar a la ciudad, era necesario trajinar la ruta de doble mano que nacía en Montevideo. La moderna autopista que hoy recorremos no existía como así tampoco llegaban grandes espectáculos a la ciudad.
En la temporada baja -todo el invierno, buena parte del otoño y comienzos de la primavera- para ir al cine era necesario establecer cierta logística porque la sala no daba la película si no había, al menos, diez personas que pagaran el ticket. Entonces, la manera de asegurarse una noche de cine era llamar a 10 amigos para ir juntos, así seguro había función.
También las noches de cine invernales suponían llevar una manta para no quedar congelados en las butacas. Incluso, había quien llegaba a la sala provisto de una bolsa de agua caliente; esas viejas bolsas de agua caliente de goma que, el sólo recordarlas, supone que hoy formamos parte de los grupos de riesgo frente al Covid-19. En todo caso, la ciudad cambió a partir de la construcción del Hotel Conrad. Una manera de escribir Punta del Este A. C. y D. C., como si se tratara de un hecho histórico que, para la ciudad, lo fue.
En las próximas décadas el antes y el después estará marcado por otra C., la de Cipriani. Otra vez habrá un corte posible en la línea temporal cuando el Cipriani Ocean Resort and Club Residences del empresario italiano Giuseppe Cipriani esté terminado.
Ver: Pandemia y arquitectura urbana – La lucha de las ciudades
Observar los cambios de la ciudad en las últimas cuatro décadas es, por momentos, inquietante. Tomar nota de su crecimiento -literal- en edificios de altura, en servicios, en confort, en iluminación, en educación, en comunicaciones, en gastronomía es casi zambullirse en un video clip, vértigo puro. Hoy se ven edificios como el Fendi Chateau que compite con las principales y más modernas construcciones de Miami. Escuelas de nivel académico internacional, espectáculos de todo tipo durante todo el año, eventos y fiestas de gran nivel, un mundo nuevo.
De golpe, la fila para el hisopado se acelera y surge sólo una última comparación con el pasado: aquellos autos que se bajaban del Buquebus con redes y grúas eran muy distintos a los autos que componen la bodega del barco: un sinnúmero de grandes camionetas 4×4 de alta gama, Mini Coopers, Jeeps, BMW, pueblan este espacio. Sin duda, los tiempos cambiaron. Para mejor y para peor. Porque ya estamos al borde de hacernos el hisopado.
La hora de la verdad
Las próximas dos filas serán camino al barco y las deben realizar quienes todavía no se hicieron el hisopado. Aquí el cuidado y las instrucciones son aún más extremas. La película de ciencia ficción está llegando a su clímax. Aquí los trajes blancos de los empleados parecen aún más blancos y las columnas y las paredes vidriadas dan un aspecto de mundo del futuro, de una colonia en otro planeta.
El ambiente es tenso: cada uno de los viajeros va a saber en unos minutos -que, posteriormente, fueron en verdad casi una hora- si están o no están contagiados.
Por fortuna o por desgracia, estas dos filas que faltan serán rápidas. En el primer mostrador, se vuelven a chequear los datos del viajero y se le entrega un tubo etiquetado donde se pondrá la muestra del hisopado. Después, una nueva fila para finalmente hacerse el análisis. Aquí se pasa de a dos personas, una en cada uno de los dos escritorios. Se toma asiento y el personal realiza la muestra: dos cotonetes largos, uno para cada fosa nasal, la inspección es definitivamente profunda y dura unos cinco segundos.
No duele, pero no es una experiencia que uno desee repetir. No se realiza prueba en la garganta. La sensación de los cotonetes en la nariz persiste por un rato y no es agradable. Tampoco es terrible pero seguro hay mejores sensaciones en la vida. En todo caso, ahora se trata de esperar el resultado.
Tic tac, tic tac, tic tac. El reloj marca los minutos más lentos que nunca. El tiempo se demora cuando se espera. La tardanza de los resultados del análisis se hace en cada instante. La gente en los autos no habla, ni siquiera entre ellos. Hay impaciencia y cierto temor en el ambiente. Un empleado de la empresa se encarga de avisarle a cada viajero el resultado del hisopado. Un par de autos se van porque alguno de sus ocupantes dio positivo. Eso para nada ayuda a la hora de relajarse. No hay miradas que se crucen, cada uno está en su mundo. De algún modo, tapándonos la boca también parecemos taparnos los ojos.
Sólo es agradable a las personas que viajan con sus perros. Son muchos y suelen ser más cariñosos y demostrativos con sus mascotas que con el resto de los humanos. Hay perros de todos los tamaños y colores. Pero no ladran. Guardan el mismo silencio de la espera que guardan sus dueños. Hay pocos niños pequeños. Hay pocos adultos mayores. La mayoría son parejas jóvenes, en sus treinta o cuarenta años. Hay hombres solos y muchas mujeres al volante de sus autos. Pero faltan niños.
La seria predisposición de los habitantes de Uruguay fue clave hasta ahora, al punto de convertir al país en un ejemplo para el mundo. Ojalá esa tendencia continúe y los uruguayos sigan demostrando que no es necesaria una cuarentena obligatoria si se toma con responsabilidad la pandemia. Punta del Este sigue siendo, en este sentido, un oasis.
Tic tac, tic tac, tic tac. Por fin llega el resultado y es negativo. Es increíble cómo puede cambiar el humor en un instante. Ahora el mundo vuelve a parecer más luminoso.
Ya son las 5 de la tarde pero con el resultado negativo ya no importa tanto la espera. Y menos aún cuando observamos que en el Vip de Buquebus la revista que está en cada una de las mesas ratonas es, como no podía ser de otra manera, Punta del Este Internacional. Los vips están cerrados -tanto el de la planta baja como el de la planta alta- pero por las paredes vidriadas se ve perfecto la portada de nuestra revista.
En verdad, más allá de las demoras y lo tedioso del pre embarque, hay que señalar lo impecable que es el desarrollo de la logística por parte de Buquebus. El cuidado de los protocolos es notable y la buena predisposición de todo el personal vuelve más cálido y llevadero esta larga espera. Tanto los chicos como las chicas que atienden en cada uno de los lugares son muy atentos y pacientes con todos los viajeros. Un detalle no menor para los tiempos que corren.
Fin de viaje
Por fin, el barco zarpa. Son las 18.49, se termina la tarde. Desde el mediodía duró el comienzo de esta lenta travesía en tiempos de coronavirus. La Primera Clase del barco está completa -se entiende, asiento por medio vacío-, Bussiness casi completa lo mismo que Turista. La clase Económica no se utiliza porque su ubicación en el barco -la parte de abajo- la vuelve riesgosa.
En las zonas permitidas hay una ocupación de aproximadamente el 80 por ciento. Como se veía en las filas: pocos niños pequeños, pocos adultos mayores. Mayoría de parejas de entre 30 y 40 años. El Free Shop funciona con normalidad teniendo en cuenta los protocolos necesarios, lo mismo que el bar. Mientras avanza el barco, la gente parece estar un poco más relajada. La tremenda espera valió la pena. Ahora la espera poco a poco se convierte en esperanza.
A las 22.17 llegamos a Montevideo. En tiempos normales, no se vuelve a hacer migraciones pero en esta «nueva normalidad» esas costumbres han cambiado. Los autos se revisan por completo, de manera exhaustiva. Después de esa revisión rigurosa, hay que volver a hacer migraciones.
Otra vez aparecen los chicos y las chicas vestidos por completo de blanco, como para película de ciencia ficción. Vuelven a pedir la declaración jurada. Nuevamente destacan por lo amables que son con los pasajeros. Nuevamente toman la fiebre. Algunas personas se quejan. Ya pasaron casi 12 horas desde que comenzó la odisea en la primera de las filas de Buquebus.
Por un lado, se entiende el trabajo serio y responsable de la empresa que tiene que tomar todos los recaudos necesarios y cumplir por completo los protocolos. Por el otro, se entiende el cansancio de la gente que se pasó la mitad de un día para hacer un viaje que hasta hace unos meses demandaba unas pocas horas. Para peor, hace frío.
Casi a las 12 de la noche se sale del puerto. Ahora quedan dos horas de autopista hasta llegar a Punta del Este. Pero la travesía valió la pena. Ya el aire en Uruguay es diferente, el cielo se ve más nítido, las estrellas tienen otro brillo.
Por la tarde, una amiga decía en un chat de WhatsApp que «llegar a Uruguay es respirar un oxígeno más fresco». Tal vez la frase no sea demasiado cierta ni tampoco rigurosa en términos científicos pero al transitar el camino hacia la península ya se presiente un aire renovado. Y, al mismo tiempo que se ven las luces de Punta del Este a lo lejos, nos recibe el sonido del mar y la sal en el viento y las flores de estación lo inundan todo con su fragancia.
En todo caso, es verdad: oxígeno más fresco.
Para mayor información:
Teléfono Buquebus: 4316-6500