Detrás del milagro de los Andes: la historia de la madre que nunca perdió la fe
Por Marisol Nicoletti
El impacto global del filme “La sociedad de la nieve” ha renovado el interés por los personajes, los valores y hasta las fuerzas sobrenaturales detrás del llamado “milagro en los Andes” que protagonizaron hace más de medio siglo un grupo de jóvenes rugbiers uruguayos. El énfasis que tanto el cine como la mayoría de crónicas ha puesto sobre la resiliencia y vivencias de los protagonistas directos de aquel fatídico accidente aéreo, o incluso del rol de algunos de los hombres que participaron en el tramo final del rescate, ha postergado el debido reconocimiento a otras personas, mujeres y madres muchas de ellas, que fueron claves para que lo que parecía imposible se convirtiera en realidad: el regreso a casa de 16 de los 45 viajeros de ese avión caído en la gélida cordillera. Una de esas heroínas en las sombras, quizá la más emblemática por el modo en que transformó su fe y amor en acción efectiva para mantener en pie la búsqueda, fue Madelón Rodríguez Gómez, la mamá del joven Carlos Miguel Páez Rodríguez. Una mujer que, como reza el refrán, siempre estuvo “a Dios rogando y con el mazo dando” para que nadie -ni el Estado, ni la sociedad, ni las familias, incluso la suya propia- bajaran los brazos, ni detuvieran los esfuerzos por recuperar con vida a las víctimas.
Por entonces esposa del gran artista uruguayo, Carlos Páez Vilaró (recreado por su hijo sobreviviente en una emotiva escena de la obra de Bayona), la figura de Madelón había sido rescatada de un olvido injusto por Mar y Sol Ediciones en 2006 a través de un libro que, más que una publicación, es un verdadero himno a la esperanza: “El rosario de los Andes – Relato de una madre”, producido por Marisol Nicoletti junto a la dirección ejecutiva de Nicolás Tarallo. La obra reúne el testimonio de esa valiente mujer, apoyado en fotografías inéditas que permiten al lector descubrir el invisible lazo que en esos 72 interminables días unió el corazón de Carlitos con el de su madre: comunicación casi sobrenatural, esa que solo pueden mantener, como sea y donde sea que estén, dos seres humanos que alguna vez estuvieron unidos por un mismo cordón umbilical.
Al cumplirse doce años del fallecimiento de esa madraza, Punta del Este Internacional nos invita a volver sobre algunas de las imágenes y frases más conmovedoras de aquellas páginas -que Madelón misma escribió-, las que en esta remembranza se amplifican y profundizan con la voz actual de su hijo, que se emociona y nos emociona al recordarla. Si algún cineasta quisiera contar el otro lado de aquel milagro, quizá la película deba llamarse, simplemente, “Madelón”.
Días atrás, a 51 años de la epopeya de la cordillera, en un reportaje el propio Carlos Miguel resaltó el papel de Madelón: “Si mi padre fue clave en la búsqueda de los sobrevivientes fue impulsado por mi madre. Vamos a decir las cosas como son: lo obligó y lo financió para buscarnos en los Andes. Mamá cada noche miraba la luna porque sabía que yo también la miraba. No había Internet, ni Instagram, ni Facebook, ni nada. Lo que teníamos en común era la luna, era mi conexión. Y cuando volví a Montevideo, mamá me confirmó que salía a la noche a la rambla a mirar la luna porque sabía que yo la estaba mirando”.
Durante los 72 días de angustia, Madelón viajó tres veces a Chile, se conectó con funcionarios de cuatro países, organizó rezos a diario y hasta en medio de la desesperación se contactó con videntes y parapsicólogos.
No debe haber mayor dolor para un padre y una madre que perder un hijo. Pero tampoco debe haber mayor alegría que reencontrarlo. A doce años de su adiós -el 23 de febrero de 2012- y a una década de el de Carlos Páez Vilaró -el 24 de febrero de 2014-, en “El rosario de los Andes”, la heroína desconocida de la tragedia y el milagro lo confirma.
El porqué del título
Con sus 59 piedras, una medalla de la Virgen y una cruz, el rosario de Madelón es protagonista clave de la historia. Ella lo llevó al altar, a sus veinte años, el día de su boda con Carlos Páez Vilaró, en 1953, en la capilla Stella Maris de Carrasco, en Montevideo.
Ese rosario estuvo presente en cada llegada de los hijos que tuvo la pareja: primero Carlitos, un año después Agó, y cuatro años más tarde, Beba.
Ese rosario fue el que le dio el 12 de octubre de 1972 a Carlitos Miguel, horas antes de su primer viaje, a los 19 años, rumbo a Chile.
Ese rosario fue con el que los sobrevivientes rezaron cada noche en la fría soledad de los Andes, a lo largo de 72 interminables días.
Ese rosario era el que llevaba Carlos Miguel -ya no era Carlitos, la cordillera lo curtió- cuando se reencontró con sus padres en el cuartel chileno de San Fernando.
Ese rosario es el que lo acompaña desde entonces.
El relato de una madre
En el prólogo del libro, Madelón Rodríguez Gómez porqué después de más de tres décadas, en 2008, decidió abrir su corazón a Mar y Sol Ediciones:
“A los 74 años siento una necesidad imperiosa de contar la historia que me tocó vivir, porque el tiempo va cambiando, desfigurando y esfumando la verdad. Quisiera que mis hijos, nietos y bisnietos todos mis descendientes sepan, cuál fue y cómo lo sentí, por supuesto desde mi punto de vista. Es más. Creo que tengo una obligación de hacerlo. A ellos, a mi madre y a todas las madres que sufrimos esta tragedia, quiero dedicar estas páginas junto con mi reflexiones y pensamientos”.
Aquí, recordamos algunos de los momentos más conmovedores de libro que relata los 72 días de búsqueda, del 13 de octubre hasta el 22 de diciembre de 1972, cuando los 16 sobrevivientes fueron rescatados del Glaciar de las Lágrimas en helicópteros. A 3500 metros de altura, en el departamento de Malargüe, provincia de Mendoza, y a poco más de un kilómetro de la frontera con Chile.
La tragedia
«Un día de septiembre, Carlitos me pidió permiso para ir a Chile, los chicos del Old Christian irían en un avión militar que les costaba muy barato. Habían juntado a amigos de otros colegios, y algunas madres y parientes para llenar el avión. Yo le contesté: Mientras no sea un día 13…, a lo que me dijo: No, vieja, es el 12 de octubre que se conmemora el descubrimiento de América y cae jueves, o sea que agarramos un fin de semana a largo: jueves, viernes, sábado y domingo”.
«Ese jueves a las 6 de la mañana, entró Carlitos a mi cuarto para despedirse, pues lo venían a buscar. Me dio un beso y yo, medio dormida, le puse mi rosario en el bolsillo de un blazer azul. Después con un “divertite lo más que puedas”, me di vuelta y seguí durmiendo, era el primer viaje que Carlitos hacía solo. ¡Había cumplido 18 años!«
«Al día siguiente amaneció gris sin viento y yo diría que hasta melancólico. Era viernes 13 de octubre, pensé: ya habrán llegado. Calculé que del Uruguay a Chile deberían haber demorado cuatro o cinco horas considerando que iban un avión militar que vuela más bajo que uno de línea. En ese momento debía estar jugando al rugby con amigos chilenos».
«Eran las siete de la tarde cuando llegué a casa de ver una película en el cine. En la calle, a los gritos, estaba la Negra Ana exclamando: ¡Se perdió el avión de Carlitos, se perdió el avión de Carlitos… Lo están diciendo en la televisión, señora, es horrible, se perdió el avión de Carlitos!”
«Poco después, unos amigos confirmarían la noticia: Se perdió, lo están buscando, nunca llegó al destino”:
«En ese momento se me dieron vuelta la Tierra y el estómago, me fuí al baño a vomitar».
«A las 6 de la mañana del día siguiente le dije a Carlos que había venido de Casapueblo: “Algo hay que hacer nos tenemos que ir a Chile. Y él me contestó: Yo voy ya».
«Siempre tuve mucha fe en Carlos, él siempre decía que se podía con todo, menos con la muerte y yo le creía -se habían separado tres años antes de la tragedia-. Así que lo animé, le di ropa de Carlitos Miguel, que tenía su mismo talle, y partió para Chile».
Búsqueda desesperada (primera parte)
«Pasaron 10 días y se decidió terminar la búsqueda, ahí entramos en una absoluta desesperación. ¿Qué hacíamos? ¿Los dábamos por desaparecidos? ¡Nunca!»
«De pronto alguien comentó que un astrólogo llamado Boris Cristoff podría orientarnos. Casi de inmediato fuimos a verlo a su casa de Carrasco con mi madre. De entrada, nos dijo que cambiáramos nuestras ropas.
Siempre, y más desde la muerte de mi hermano Panchito, ella se vestía de negro, pero Cristoff nos dijo: Pónganse flores en el pelo así atraen la buena suerte. Mamá tiró toda su ropa oscura y se puso de color; a todos los amigos que iban a visitarnos les poníamos flores en la cabeza. Sin lugar a dudas, todos creían que nos habíamos vuelto locas.
Cristoff también nos aconsejó que consultáramos con un parapsicólogo: nos dio dos nombres, casualmente ambos vivían en Holanda: Gerard Croisset y Willhen Tenheeff. En la Embajada de Holanda nos dijeron que Croisset había muerto pero estaba su hijo, que tenía los mismos poderes que su padre, además de su mismo nombre.
Gracias a una traductora de la embajada conseguimos hablar con el hijo de Croisset: Llamo desde Uruguay de parte de unas madres enloquecidas porque perdieron sus hijos en un avión militar que iba… No me diga nada más -contestó Croisset-, ya sé todo. El avión es blanco y nunca lo van a encontrar, pues se confunde con la nieve, perdió las alas y quedó como un gusano. El piloto es gordo y se le notan las venas de la cara. Él no va piloteando, va el copiloto. El avión quedó sobre tres lagunas heladas y una montaña atrás que siempre tiene una nube encima. Y hay vida y hay muerte. ¡Por hoy no les puedo decir nada más!. Y así terminó la conversación.
Así que finalmente me fui con “Los ojos de milagro”, el libro del parapsicólogo holandés debajo del brazo y ya en Chile, con Bimba Storm (la mamá de Diego, otros de los chicos que viajaron) y Carlos, pedimos una reunión con la Fuerza Aérea Chilena».
«A un militar le expliqué quién era Gerard Croisset y lo que nos había dicho: que había vida y que había muerte. Ellos oían con gran atención y decidieron darnos diez días más de búsqueda. A mí me pareció muy normal que así lo hiciera, hoy lo pienso y me parece una locura, pero yo tenía tanta convicción que tal vez la transmitía.
Después de esa reunión nos fuimos a Talca con Carlos y con Michelo Garderes, un chico uruguayo que estaba hacía tiempo en Chile. Nos organizamos para sobrevolar las montañas en avionetas que nuestros amigos chilenos nos conseguían. Era tan impresionante mirar la cordillera que nos ardían los ojos de ver esa blancura».
«Después de varios sobrevuelos nos volvimos a Santiago, allí, nos avisan que había que conseguir un helicóptero para rastrear ciertos lugares donde Croisset indicaba que podría estar el avión perdido. Pero no lo conseguimos.
Muy a mi pesar, el 29 de octubre nos volvimos para Uruguay. Bimba me dice: para mí se terminó la búsqueda, ¡yo no vuelvo más a Chile!”
«A los pocos días concluyeron la búsqueda definitivamente. En mi casa seguía todo igual: mi madre, vestida de colores, las chicas, con flores en el pelo… Yo me iba todas las noches caminando hasta la rambla frente al mar para ver la luna, intuía que Carlitos también la estaba mirando, y eso me hacía sentir más cerca de él».
Búsqueda desesperada (segunda parte)
«Ya estábamos en noviembre cerca del 20, Carlos tenía que volver a San Pablo a su atelier de pintura y como no queríamos dejar ni un solo día sin cubrir la cordillera yo volví a Chile con otro grupo. Esta vez con Estela Pérez del Castillo, Rafael Etchevarren, Juan Manuel Pérez del Castillo y con mi tío Raúl Rodríguez Escalada, que me acompañó y me dio mucha fuerza».
«Cuando estábamos en la zona de búsqueda un día nos fuimos a ver a una mujer, Julia, una vidente. Ella se concentró, hizo un gran pis y nos dijo que los chicos estaban pasando mucha hambre y un gran dolor de barriga y que un jueves antes de Navidad iban a aparecer. Quedamos muy impresionados».
«También se nos ocurrió imprimir un folleto y repartirlo por todos los rincones de los pueblitos cerca de la cordillera por la zona en donde creíamos que podía haber caído el avión:
300.000 escudos de recompensa a la persona que encuentre el avión uruguayo perdido el día 13 de octubre en horas de la tarde con 47 pasajeros. Características del avión: color blanco letras FAU-571. Se presume que el avión cayó en los alrededores del cerro del Peine, laguna del Alto, cerro de la Hornilla, laguna del cerro Tres Cuernos. La persona que lo encuentre deberá dar información a Radio Club Talca, única autorizada para confirmarla. Dicha recompensa será depositada en la embajada del Uruguay en sede Santiago de Chile, y es válido hasta el 31 de diciembre de 1972”
«Seguíamos con todas las madres prendidas al rosario rezándole a la Virgen porque lo que más oye Dios es el dolor de una madre. Continuaban también las conversaciones con el parapsicólogo Gerard. Él me seguía describiendo paisajes que después resultaron ciertos. Hablaba de unos carteles que decían “Danger” y de unas casitas abandonadas».
«Días después volví a mi casa en Carrasco. Allá todo seguía igual: mis dos hijas, Agó y Beba, como soldaditos, siempre acompañando rodeada de amigas, nos cuidaban a mamá y a mí.
Mi casa de Carrasco era el centro de toda información y todas las tardes nos reuníamos en lo de Rafael Ponce de León para comunicarnos por radio».
«Todavía hoy conservamos las cintas de las conversaciones con los parapsicólogos. Antel, la telefónica de Uruguay, nunca nos cobró las largas charlas que teníamos con Gerard Croisset desde Holanda».
«Era el 10 de diciembre, me acuerdo porque es el cumpleaños de Agó, fue el último día que se habló con Gerard. Él nos dijo: Yo, como hombre, no tengo derecho a seguir dando ilusiones, pero como vidente todavía pienso que hay vida, es lo que yo siento. No me llamen más y le deseo toda la suerte”.
El reencuentro
«Ya estábamos cerca de Navidad, era el jueves 21 de diciembre. Hacía mucho calor a las 3 de la tarde. Yo estaba en el sillón hamaca de cuero que era de mi abuelo y que todavía conservo, cuando de repente alguien -nunca logré acordarme quién fue- entra a mi casa corriendo y a los gritos dice: aparecieron los chicos, aparecieron los chicos, tiraron una piedra con un mensaje.
Yo estaba sentada, hamacándome y una sonrisa me apareció. Lo único que pensé fue “bueno, llegó el día esperado”.
Increíblemente no se me movió un músculo de la cara, más que esa enorme sonrisa no me asombré ni salté ni lloré. Simplemente era lo que yo estaba esperando así hacía 72 días.
Ese día más que nunca rezamos el rosario toda la noche. Estoy segura que jamás pasé tanto miedo en mi vida. El avión llevaba a 45 pasajeros y nos dijeron que eran 16 los sobrevivientes».
«A las 6 de la mañana llama Carlos desde Chile, se oía poco, había ruido en la línea, interferencias.
¡Hola, Carlos, hola, no te oigo! Carlitos, ¿qué está pasando? ¿Te parece que me vaya a Chile?…
Hubo un poco de silencio con una voz quebrada una opción me dice: “Venite, que te lo mereces”.
«Eran las 6 de la mañana, llamé al aeropuerto y me dijeron que el primer avión a Santiago salía a las 9, entonces llamé a mi amiga Bimba para ir juntas y me dijo que ella no se animaba. Luego llamé a Estela Pérez y tampoco quiso ir.
Mi madre y mis dos hijas se quedan en Montevideo y mi prima Celita me acompaña, también el muy querido Tito Regules, amigo de Carlitos, el que se había quedado dormido aquel siniestro 12 de octubre, y no pudo viajar. Los tres salimos para el aeropuerto».
«Subimos al avión y en él vamos varios padres de los chicos, yo iba con la cortina de la ventanilla, baja y no quería mirar nada, seguía rezando el rosario de la Virgen.
Llegamos a Chile, era un país parado, todas las radios chilenas a la expectativa esperando la lista de los sobrevivientes que en cualquier momento iban a difundir. Por supuesto estaban todos los periodistas esperándonos para hacer preguntas y como correspondía seguíamos de largo sin contestar, pues nada, sabíamos».
«De Santiago fuimos derecho al cuartel de San Fernando, que era el lugar adonde llegarían los sobrevivientes rescatados por los helicópteros. En el camino pedí que apagaran la radio, no quería oír la lista, me parecía que era como la lista que pasaban en una guerra: un vivo, tres muertos».
«El viaje demoró dos horas interminables en un silencio sepulcral, finalmente llegamos. De repente veo a Carlos y observo que estaba como agarrándose el mentón con cara preocupada y le colgaba el cuello el rosario que yo le había dado Carlitos el día que se fue. Me agarré la cabeza y pensé: Carlitos no vive, le dieron al padre el rosario como recuerdo…
Eso duró 15 segundos, él me vio, vino corriendo al auto y me gritó: te regalo a Carlitos Miguel está vivo y mejor que nunca está en el hospital.
Yo me tiré por la ventana. Y Tito Regules me agarró de las piernas, «no seas loca Madelón”, me dijo porque me zambullí de cabeza a la calle, tan grande era mi emoción».
«Cuando finalmente lo vi a Carlitos Miguel, nos abrazamos y rodamos por el piso, no sé cuánto tiempo duró eso, pero cuando nos sentamos frente a frente realmente no sabía qué decirle ¿cómo la pasaste, cómo te fue, la pasaron muy mal?…
Le pregunté si le había alcanzado la plata que le había dado. Él me miró con unos ojos inmensos, porque además tenía 30 kilos menos. Entonces, con mucha gracia, me contestó: me la gasté en un boliche tomando Coca Cola…
Nos empezamos a reír sin parar… ”
«Yo me encontraba con el hijo resucitado que se había ido un día jugar al rugby a Chile y había desaparecido 72 días… De pronto nos pusimos serios y él me dijo: las cosas que tuvimos que hacer mamá… y yo le contesté: me imagino; no, no te imaginas, replicó mirándome fijo. Me dijo: nos comimos a los muertos. En ese momento sentí como si Dios me iluminara, me salió una de mis mejores sonrisas y le dije: bueno, yo también habría hecho lo mismo”.
«Seguimos charlando de cualquier otra cosa. Él me contaba que todas las noches juntos en el avión rezaban con mi rosario y cuando oían un río extraño, o sentían un miedo mayor, se prendían del rosario y parecía que todo se calmaba».
«Después de mi primer encuentro con Carlitos Miguel, ya más tranquilos, le pregunté qué había pasado con Diego Storm, el muy querido amigo suyo, hijo de Bimba. Me dijo que cuando ocurrió el accidente no le pasó nada, solo un moretón en la cara, después vino una avalancha el 29 de octubre; ese era el día que estábamos con Bimba en Santiago y ella me dijo que no quería volver más a Chile; en ese momento estaba ocurriendo ese desastre que arrastró a otros ocho personas entre ellos a Diego Storm y a Gustavo Diego Nicolich, otro amigo muy querido de Carlitos».
«Mi encuentro con Carlitos fue el viernes 22 de diciembre, o sea que fue el 21 cuando aparecieron Roberto Canessa y Nando Parrado, caminando después de diez días. Como había dicho Julia, la vidente de Vilches, aparecieron un jueves antes de Navidad».
«Carlitos me contó que todas las noches le pedía al compañero que tenía al lado -que estaba junto a la ventanilla del avión semidestruido- que le dejara mirar la luna, y con un espejo la miraba reflejada, porque intuía que yo le estaba mirando. ¡Cuántas comunicaciones del alma tuvimos!«
La vuelta al hogar
«Nos volvimos al Uruguay en un avión especial todos los sobrevivientes y sus familiares.
Cuando nos íbamos acercando a nuestro querido país rezamos todos juntos, nos abrazamos y cuando tocamos el suelo, un llanto de emoción y alegría inundó nuestras caras.
Nos estaba esperando todo el Uruguay desde el presidente Juan Bordaberry y su esposa China Herrán, hasta el más humilde de los trabajadores.
Desde el aeropuerto de Carrasco hasta el colegio la distancia eran 10 kilómetros y todo el recorrido estaba cubierto de gente. ¡Parecía cuando se ganó el Mundial en el Maracaná.
Finalmente llegamos al colegio de los chicos, el Old Christian. Era muy emocionante. Los sobrevivientes todavía no habían hablado con los periodistas, pues se habían comprometido a hacerlo allí.
No tengo palabras para contar lo que fue esa conferencia, el respeto y el silencio con que se escuchó a los chicos».
«Para agradecer la ayuda recibida fui a la televisión y leí carta que me había escrito Carlitos Miguel y que obviamente no me había podido enviar:
23 de octubre de 1972 Cordillera de los Andes
Querida mamá:
Es muy difícil para mí escribir porque mi estado de ánimo no es muy bueno. Te quiero escribir principalmente porque te extraño como a nadie y me siento muy solo si no fuera por la barra. Por la barra entiendo a robo y Diego el gordo coco que gracias a Dios estamos bien de salud.
El hambre empieza a apretar un poco y extraño las comidas que tú me mandabas a hacer los viernes de noche cuando llegaba de Sarandí Grande.
Te voy a relatar el accidente para que sepas que no sufrí nada.
Salimos de Mendoza con un poco de mal tiempo el 13 de octubre cuando estábamos cruzando la cordillera nos agarraron unos pozos de aire quisieron que el avión pegara contra una montaña y no viniéramos abajo. Lamentablemente muchos murieron pero lo de los 45 que éramos quedamos 26.
Con fe arreglamos el avión para poder vivir y entramos a racionar la comida esperando que nos vengan a rescatar. Lamentablemente hoy escuchamos en la radio que ayer habían abandonado la búsqueda.
Las esperanzas aún son grandes de parte de los 26. La Celeste tiene su garra y si Dios quiere nos vamos a pasar la cordillera por el culo y vamos a llegar. Si esto no ocurre y sucede lo peor, yo agradezco tanto todo lo que hiciste conmigo y con las chicas que dudo que exista en el mundo una madre como vos. En ese momento estoy llorando por lo que te extraño a ti, a papá, a Abu, a las chicas, Agó y Beba.
Me gustaría verte, aunque sea una vez más, como todos los viernes, cuando tú estabas recostada en tu cuarto y yo sentado en el sillón floreado fumando un cigarrillo tomando un vaso de vino y relajando la pobre Ana.
Extraño todas las peleas de las chicas por la ropa, espero si Dios quiere salir de acá para poderte ver; me paso todo el día rezando por ustedes que son en este momento los que más están sufriendo. Tu rosario me ha servido de mucho, sobre todo, en los momentos de tristeza.
Mis cumpleaños quiero que lo pasen alegres pensando en que si yo no estoy, voy a estar junto a Dios, que va a ser lo justo para nosotros. Discúlpame mamá, si las frases no me salieron bien pero es debido a mi estado de ánimo.
Un fuerte beso de Carlitos Miguel, que te quiere tanto”.