Punta del Este no tiene una sola mirada. No se trata de únicamente mar y playa. Hay una enorme cantidad de detalles, de pequeñas complicidades que forman esta ciudad.
Entre la mirada del observador y la imaginación colectiva. Las texturas de la naturaleza, respiran en un reino salvaje e indomable a través de sus formas animales, vegetales y minerales. Son, de alguna manera, la carta de presentación con que nos recibe cada día nuestro ecosistema. Ahí están formando parte de la foto completa de Punta del Este, ofreciendo el continente y el contenido de cada mañana, de cada tarde, de cada noche. Porque Punta del Este es una ciudad que puede leerse en estas texturas; algunas tenues y sutiles, otras elocuentes y arrasadoras. Crecen cotidianas sin pedir nada más que respeto, que se cuide su presencia y su permanencia. La sociedad fernandina, sus habitantes y turistas, han hecho hasta ahora un buen trabajo como guardianes de este entorno único que ha logrado dar forma a una ciudad reconocida en todo el mundo por su belleza natural, por el cuidado del medio ambiente, por la forma en que logró aunar el crecimiento urbano con el paisaje natural de la zona.
La historia geológica que cuenta la falla de Sierra Ballena es parte del patrimonio natural de Uruguay.
Estas texturas que se observan, que se tocan, que se ofrecen no son el valor agregado de la ciudad. En todo caso, la ciudad es el valor agregado. Porque todo el departamento de Maldonado siempre será del mar y de las sierras, del cielo incomparable, de la poderosa energía que trasmite este paraíso terrenal.
Secretos de la sierra
El atractivo de las sierras, en especial de la Sierra de Punta Ballena, es uno de los secretos mejor guardados del departamento de Maldonado. Por eso, gran parte de su territorio es casi virgen. Punta del Este siempre miró hacia el mar y las sierras quedaron en un segundo lugar, algo escondidas porque las luces que siempre apuntaban hacia las olas y la arena. Pero, desde ese segundo plano, fueron creciendo, tomando importancia, enriqueciendo con sus colores, sus paisajes y su impronta, una ciudad que poco a poco fue descubriéndolas. La Sierra de Punta Ballena tiene una extensión lateral de tan solo unos cientos de metros pero se extiende por más de 250 kilómetros hacia el noreste, casi alcanzando la ciudad de Melo en el Departamento de Cerro Largo. La falla se formó hace aproximadamente 530 millones de años y hoy está formada por un tipo de roca denominado milonita. Su historia geológica está relacionada a la formación y ruptura del mega-continente Rodinia. Los diferentes bloques continentales se volvieron a amalgamar hace unos 200 millones de años en el famoso mega-continente Pangea, que en estas latitudes más tarde se fragmentaría produciendo la apertura del océano Atlántico.
Luces de la ciudad
Punta del Este es una ciudad de luz. Durante el día, el sol cobija con su plenitud; por las noches, la ciudad se viste de luminarias, de esos efectos especiales que la vuelven tan atractiva. Las luces nocturna de la península son su vestido de gala.
El puerto de Punta del Este por las noches, se ilumina con efectos especiales que la vuelven mas atractiva.
Pero Punta del Este, en el cuidado, ha encontrado la manera de no perjudicar con su creciente urbanismo el paisaje, el medio ambiente. Y si bien el urbanismo suele tener mala prensa comparado el marketing de la naturaleza, en la península paisaje y ciudad lograron fusionarse a la perfección. Y sus luces nocturnas suelen convertirse en un espectáculo en sí mismo, emana de ellas una energía que acompaña y, por supuesto, ilumina la belleza natural de la ciudad.
Color esteño
El color que define a Punta del Este es el naranja. Es el atardecer, la postal de la ciudad. A esa hora, el color naranja es dueño y señor. Desciende elegante sobre el mar en complicidad con el sol poniente. Se establece en los árboles y en las lagunas mientras el paisaje se zambulle en naranja.
Según distintos estudios que se han realizado sobre los colores, el naranja combina la energía del rojo con la felicidad del amarillo y se lo asocia a la alegría, al sol brillante y al trópico. Además, predispone al entusiasmo, la felicidad, la atracción, la creatividad, la determinación, el éxito, el ánimo y el estímulo. Se trata de un color caliente, por lo que produce sensación de calor. Sin embargo, no contiene la agresividad del rojo. Y la visión del naranja produce la sensación de mayor aporte de oxígeno al cerebro, produciendo un efecto vigorizante y de estimulación de la actividad mental. El naranja habla de paz, de calidad de vida. Sensaciones que se descubren y renuevan cada atardecer, aplaudiendo el final del día en las terrazas de Casapueblo.
Ver: Casapueblo, entre el cielo y el mar
A la sombra de un hombre
Hubo alguién que cambió la fisonomía de Punta del Este, quién decidió, ya con más de 60 años, que era necesario plantar árboles para contrarrestar el ímpetu del viento proveniente del mar. Y aunque sabía que no vería su obra terminada, Antonio Lussich -ese hombre- no dudó un instante a la hora de emprender una tarea titánica, en buena parte de las más de 1.200 hectáreas que había comprado en 1886, un territorio que iba desde el arroyo El Potrero hasta la Sierra de Punta Ballena y desde la Laguna del Sauce hasta el mar En esas tierras inhóspitas sólo había dunas y rocas. Y en un acto sin precedentes hasta ese entonces, compró plantas y árboles de todas las regiones del mundo y enormes jaulas para pájaros exóticos.
Así, con ese empecinamiento, Lussich dio inicio al hoy mundialmente famoso Arboreto que lleva su nombre. Escritor y empresario marítimo uruguayo, fue en contra de los consejos que le dieron el paisajista francés Carlos Thays, y el botánico vasco-uruguayo José Arechavaleta. Incluso, fue en contra de su esposa, Angela Portillo, quien había decidido que ni ella ni sus hijos volverían a Punta Ballena si no se hallaba una solución contra los impetuosos vientos que soplaban. Lussich la encontró. Y hoy su obra es ese pulmón verde que ostenta con orgullo Punta del Este.
Ver: La herencia Lussich saldada
En un principio, era el mar. Punta del Este es sinónimo de mar. Ese mar seductor que propone distintos y variados placeres durante las cuatro estaciones del año. Bravo en La Brava, manso en La Mansa, inconfundible en cualquier rincón esteño. Y ese mar que enmarca la ciudad también contiene una fauna que lo vuelve único: lobos marinos, ballenas, caracolas, tortugas, delfines. Incluso algún pingüino aventurero que fija su destino lejos de los hielos antárticos.
Ver: José Ignacio – Paradisíaco y privilegiado rincón de la costa uruguaya
El mar que da y toma: ese que fue letal para muchos barcos, ese que ofrece una pesca variada y una flora exuberante. Un mar que por las noches se viste de colores fluorescentes en complicidad con las noctilucas. Ese mar que sirve tanto para el disfrute como para la nostalgia. Ese mar que recibe a los visitantes con un rugido constante y que es, sin duda, la música de fondo de la ciudad.
Dijimos: en un principio, era el mar. Y también lo es en este final. Porque la fuerza motora del mar esteño siempre está presente. Es quien teje las otras texturas de la ciudad. Es el que otorga paz y sosiego en los atardeceres, el que deslumbra atronador en los mediodías, el que se ilumina por las noches. El mar y las playas esteñas entregan cada mes del año -pero sobre todo en temporada- un signo único e inolvidable. Por eso, visitar Punta del Este es esperar con ansia la siguiente visita. Porque el mar da la bienvenida y nos despide. Pero, sobre todo, invita a volver.
Ver: Historia de Punta del Este