En algunas noches, el mar se tiñe de colores: un azul eléctrico y destellos rojizos son el gran espectáculo ofrecido por distintas especies de microorganismos que visten de gala la noche esteña.
Las noctilucas son microorganismos de la especie de los dinoflagelados, que emiten esa majestuosa luz como mecanismo de defensa frente a las otras especies con las que conviven en el mar.
En ese paisaje, hay algo de película de ciencia ficción, algo que se escapa por el rabillo del ojo. En ese paisaje se esconde la contracara, el espejo, de las auroras boreales de las tierras nórdicas. Pero con algunas diferencias porque en lugar de estable cerse en el cielo, estas se establecen en el agua. Porque en este caso no sólo se pueden contemplar sino que es posible nadar, bucear a su lado y fundirse en ellas.
Las aguas se tornaron de colores fluorescentes: un espectáculo novedoso y atractivo acaparó las noches del balneario esteño entre marzo y abril.
No se trata -aunque lo parece- de un megaevento de luces de colores y fuegos de artificio. En este caso, es la naturaleza la que despliega su magia en las noches de transición entre el verano y el otoño. En esos meses, las aguas de Punta del Este se visten con colores fluorescentes y ofrecen un espectáculo inolvidable. Se trata de las Noctículas, organismos microscópicos de la especie de los dinoflagelados, que emiten esa majestuosa biofluorescencia. En rigor, el nombre científico de las noctilucas es Pyrodiniumbahamensis. Y el motivo que las hace brillar es un fenómeno común en su especie ya que estos dinoflagelados cuentan con un sistema de iluminación luciferinluciferasa que se activa con el movimiento. Estos organismos absorben la luz, la transforman y expulsan en colores intensos, que varían según la especie. Es, ni más ni menos, que su mecanismo de defensa frente a las otras especies con las que conviven en el mar.
En Punta del Este, las más famosas son las noctilucas. Pero no están solas: desde hace unos años otra especie de dinoflagelado llegó para instalarse en el mar esteño, la Alexandriumfraterculus, este nuevo microorganismo fue el que completó el cuadro perfecto ya que su brillo se prolonga por varios días, alcanzando una durabilidad mayor que el de las noctilucas y tiñendo las aguas no sólo de un color azulado sino también de un rojizo inquietante en los sitios donde hay mayor densidad de microorganismos.
El fenómeno de olas azules fue apreciado en las aguas oceánicas por miles de curiosos atraídos por el impacto visual de la bioluminiscencia.
La conjunción de estas dos especies producen un efecto visual único: mientras las olas se vuelven azules, la arena de la playa comienza a expandir este color por la tierra invitando a quienes observan el fenómeno a zambullirse. Un poco más allá, en aguas más profundas, destellos rojizos señalan como faros el marco de este cuadro natural.
Cada año son más los visitantes que se bañan en este mar azulado, con destellos rojos. Al salir del agua, quedan asombrados al observar cómo, por breves instantes, sus cuerpos quedan pintados de fluorescentes tonos de azul. Otros, simplemente se limitan a observar este espectáculo único de la naturaleza esteña. Y a aplaudir como agradecimiento a esta tierra singular donde la belleza lo conquista todo. Punta del Este es quizás uno de los pocos sitios del mundo donde -como dijimos en nuestro editorial- la naturaleza y el hombre han hecho un pacto para ser amables entre sí, para cuidarse y sorprenderse todos los días, todos los años.
Porque nadar en ese mar nocturno y azul, en medio de ese paisaje con destellos rojizos, forma parte de este pacto. De este fundirse cotidiano y natural en otra dimensión, en un mundo mejor.
Fotografía: Diego Weisz