por Marisol Nicoletti / fotos: Nicolás Tarallo / archivo: Mar y Sol Ediciones
Al principio, solo hubo rocas, arena, mar y viento. Esas tierras que parecían un desierto por el que únicamente transitaban ñandúes, gavilanes de monte, guazubirás y ñacurutuces, entre otros, con el correr de los años, de muchos años, se transformaron en la encantadora Punta Ballena, uno de los sitios más privilegiados de la ya muy atractiva ciudad de Punta del Este.
Pero para desandar esa historia es necesario comenzar por el principio, como aconsejaba Lewis Carroll en «Alicia en el país de las maravillas». Frente al reciente anuncio de un nuevo capítulo de Punta Ballena, con las futuras construcciones de nuevos emprendimientos, es pertinente retroceder en el tiempo para valorar la visión de los que hicieron posible que hoy gocemos de éste espectacular escenario que todos compartimos.
Primero, hasta los días en que esta zona se formó: la topografía elevada que conforma la Sierra de Punta Ballena -esa que dibuja el contorno de un cetáceo y de donde proviene el nombre del lugar- responde a una falla de escala continental.
La falla se formó cuando dos bloques de corteza continental se adosaron y se desplazaron horizontalmente en direcciones opuestas hace unos 530 millones de años. Las rocas en el contacto entre ambos bloques fueron deformadas, elongadas y recristalizadas a alta temperatura y presión a varios kilómetros de profundidad en la corteza terrestre, formando un tipo de roca denominado milonita1.
La erosión y exhumación en los siguientes 530 millones de años, posibilitaron que dichas rocas se observen hoy en la superficie terrestre.
Punta Ballena y el Arboretum Lussich son de las mejores locaciones para poder observar las milonitas de la falla. Por la presencia de este tipo de rocas es también que Punta Ballena es reconocida como un centro energético natural, donde la energía del lugar ilumina a todos sus visitantes.
Ese era el paisaje: un desierto de milonitas fue lo que encontró Charles Darwin cuando llegó a Maldonado durante su viaje de cinco años en el bergantín bautizado Beagle. Esto ocurrió el 28 de abril de 1833, cuando el barco fondeó la bahía de Maldonado, así lo consigna el prestigioso biólogo en su diario de viaje conocido como «Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo».
En su periplo, Darwin tomó anotaciones de la flora y la fauna de Punta Ballena mencionando los ñandúes y los venados que recorrían el lugar. También escribió sobre la ausencia total de árboles en la zona. Entre sus descripciones más notorias está el “sapito de Darwin”, científicamente conocido como Melanophryniscus montevidensis; los “cairnes”, como bautizó a las estructuras de piedras en forma de montículo o anillo en lo alto de la Sierra de las Ánimas, el venado de campo y el carpincho, consagrado como el roedor más grande del mundo. En la actualidad el Dr. Mauricio Bonifacino del laboratorio botánico de la faculta de agronomía, explica que lo interesante del lugar es que tiene una vegetación diversa y además se encuentra la Parodia Tabularis única en su especie en éste punto del Uruguay.
Como también de la Ballena Franca Austral, que suele avistarse en Punta Ballena durante su viaje anual. Una imagen que, gracias a la labor de los rescatistas, hace ya décadas que ha vuelto a observarse para la delicia de todos los amantes de la naturaleza en su esplendor.
Pero hay un hito que no puede dejar de mencionarse en este recorrido por el pasado: el gran cambio que se produjo cuando, por los días del 1900, Antonio Lussich compró algo así como 1.800 hectáreas de Punta Ballena a Gerónimo Cabrera.
Antes de eso, como se dijo, solo rocas, arena, mar y viento gobernaban la zona delimitada por Las Grutas al este y el arroyo El Potrero al oeste.
Una tierra donde parecía que era imposible que creciera vegetación, como le habían asegurado a Lussich el paisajista francés Carlo Thays y el botánico vasco-uruguayo, José Arechavaleta. Además, Ángela Portillo, la mujer de Lussich, había decidido que ni ella ni sus hijos volverían a Punta Ballena si no se conseguía encontrar una solución contra los impetuosos vientos que soplaban.
Pero Lussich era un empecinado. Y, como tal, decidió demostrarle a los catedráticos y a su esposa que estaban equivocados. Y lo hizo, plantando una magnífica variedad de árboles de todo el mundo que dieron vida al bosque y al reconocido Arboretum que lleva su nombre. Para conseguir tal variedad de semillas, Lussich utilizó el intercambio a través de sus buques. Como tenía una compañía naviera, sus barcos adquirían las semillas en diferentes puertos del mundo o de otros barcos. Además de las semillas, lo hizo partiendo las rocas milonitas que poblaban la zona, convirtiendo la desolación en paraíso. Esa tremenda plantación de especies fue el primer gran cambio que tuvo el lugar. Un cambio que evolucionó hasta fines de los años 20, cuando murió Lussich en 1928.
A mediados de la década del 40, el arquitecto catalán Antonio Bonet tuvo a su cargo la responsabilidad de la urbanización de Punta Ballena y se le había encomendado, a su vez, la difícil labor de abordar el bosque creado por Lussich. Luego de asombrarse por la vastedad y espectacularidad de la obra del uruguayo, Bonet expresó un razonable temor: «¿Cómo meterme en ese bosque, cómo penetrarlo, tocarlo sin dañarlo, sin herirlo en su maravilla?», se preguntó.
Bonet desembarcó en Punta Ballena en 1945 y vivió en la casona de Lussich durante cinco años, junto a su compatriota Juan Ferreres, con quien realizó una obra cautelosa, para dañar lo menos posible el bosque.
Historia y presente
Más tarde, casi dos décadas más tarde, llegarían otros hitos del lugar, como Casapueblo, la casa-museo de Carlos Páez Vilaró y el Club de Balleneros, fundado en marzo de 1965. Y también en los años 60, el fugaz emprendimiento de 1968, en Las Grutas, a partir de la idea del arquitecto Samuel Flores Flores que puso su mirada allí e imaginó algo que entonces no existía en ningún lugar del mundo: piscinas en las rocas de la playa, algo que luego tomarían prestado los Club Mediterranée del Mar Mediterráneo. El proyecto fue efímero pero todavía hoy se recuerda entre los habitantes de Punta del Este.
Entretanto, el crecimiento inmobiliario de la zona comenzó a ser cada año más importante. Residencias, casonas y mansiones construidas con esmero para deleitarse por las tardes con las magníficas puestas de sol, un verdadero acontecimiento diario que también se comenzó a disfrutar en Casapueblo y en el Club de Balleneros y que hoy se conoce como «el saludo al sol».
Una costumbre que también se instaló para los dueños de distintas embarcaciones que se reúnen con sus yates en el mar cada tarde a la altura del mirador para aplaudir la puesta del sol en el horizonte; algo que se ha transformado en un evento regional porque en esos aplausos al sol conviven argentinos, brasileños, uruguayos, paraguayos, chilenos y otros representantes de diferentes países del mundo.
Más tarde, nuevos íconos como Marina del Este y otros emprendimientos arquitectónicos que, a partir del año pasado, comenzaron a crecer también en la otra ladera, por la que sale el sol, con desarrollos como Syrah, casas de moda, bodegas, dando todavía más vida a una Punta Ballena que cada año se vuelve más espléndida y lujosa.
El futuro
Nuevos emprendimientos esperan ser definitivamente aprobados. Estas construcciones darán nuevas perspectivas a Punta Ballena, una de las zonas de mayor crecimiento de la región.
Ver: Transformación de Punta Ballena, los cambios que se vienen
Las hectáreas adquiridas hace más de un siglo por Lussich lucen vigorosas y ya no son solo rocas, arena, mar y viento. Hoy a más de un siglo de esta proeza forestal, solo resta disfrutar de este legado cuidándolo y conservando la riqueza paisajística que la naturaleza nos entregó.
1: (wikipedia) La milonita es una roca metamórfica de grano fino formado por milonitización, un tipo de metamorfismo dinámico en el que el tamaño de grano de una roca es disminuido por cizallamiento dúctil.